viernes, 13 de diciembre de 2013

UNA DIOSA SE ENAMORÓ DE MÍ



Fragmento del libro

"VOCES DE INTERIOR Y LO QUE LA PIEL RESPIRA"









UNA DIOSA SE ENAMORÓ DE MI

por Faustino Cuadrado


            Es difícil de explicar lo que ocurrió a quién no lo pudo ver por sí mismo. Es complicado de aceptar, cuando los ojos de los demás han de hallarse apartados de un hecho tan inusual como lo es ese, por las malsanas envidias que llegará a provocar y por los celos ofuscados que generará por tanta mala baba como hay suelta. Solo acertará este milagro a confortar el alma de los que sí lo aceptan y lo celebran como si les hubiese ocurrido a ellos.
            La diosa vino a mi sin previo aviso, sin llegar yo a imaginarlo siquiera por ser ya tan tarde y por haberse consumido gran parte de la vela de mi vela.
            Desde la espalda de la luna, dónde las hadas y las leyendas preparan en secreto sus historias, cuando más brillante estaba la cúpula del cielo por tanta estrella cómplice la diosa extendió una mano suave y tierna hacia mi, impregnada de fragancias de menta y romero y me tocó suavemente el rostro, con la íntima dulzura que solo las diosas saben imponer a sus actos.
            Y yo, pequeño mortal anhelante de cuánta magia pueda dispensarme la vida, levanté la vista para comprobar quién era quien me tocaba con dedos de amor y aliento de brisa de mar, y quedé cegado por la belleza que descubrí en su rostro y por el inmenso amor que me trasladaban sus ojos.
              En un ser humano abatido de amor quedé convertido. La arena ardiente bajo mis pies dejó de quemar mis plantas y el abatimiento que me acosaba desde tanto tiempo atrás, desapareció a través de los poros de mi piel como por ensalmo.
             Miré mis manos y mis piernas y las vi recompuestas de anteriores trabas y de escaras de amores muertos. Mi cara se reflejó, a pesar de la oscuridad reinante, en la misma piedra pulida con la que anteriormente tantas veces había tropezado, y todas juntas, todas esas señales inequívocas que me ilustraban, me advirtieron de la inminente llegada de la felicidad soñada, de la arribada del gran amor de mi vida que tanto tiempo había esperado.
            La diosa de la Luna abrió la boca y sus labios sensuales y húmedos susurraron mi nombre, acariciaron mi oído con su leve roce. El cielo se abrió de par en par entonces y la mujer más bella que nunca hubiese imaginado poder observar, deslizó su divino cuerpo por entre los escasos nimbos blancos y algodonosos que jalonaban la noche, en dirección a mi con los brazos abiertos, hambrientos de mi cuerpo y dispuestos para el feliz abrazo que me ofrecían.
             Yo no puse barrera alguna entre su camino y mi persona y abrí mi camisa dejando mi mortal pecho al descubierto, pues mi eterno sueño largamente forjado en lo más recóndito de mi corazón había comenzado a materializarse.
             Me esperaban cálidas noches de ensueño y hermosos días de auténtica gloria, pues la diosa se me había manifestado, prometiéndome entre besos tiernos y pausadas caricias su amor eterno. Yo le creí sin dudar y puse en sus manos todo el amor que poseía, lo derramé a paletadas y vacié de escombros las alforjas de mi corazón en sus ojos claros y en su piel de seda y gasa.
              Ahora soy un hombre nuevo, que ama a una diosa con locura total de la que no me arrepiento y que se siente amado de igual manera por ella misma. Una diosa, que al parecer, solo vino a este mundo a cumplimentar mi llamada, a dotarle de una vida infinita al sueño de un mortal caducado pero ahora señalado por la fortuna, un mortal que soy yo y con el cual me identifican.
              Mi vida ya no me pertenece, pues se la entregué a quién vino desde la espalda de la luna a iluminar mi cielo con sus haces de luz blanca y transparente, con su corazón de ahora, humano y palpitante, una vez posó los pies sobre la blanda tierra y el verde césped.
                                         
                                                                                                      copyright©faustinocuadrado

miércoles, 16 de octubre de 2013




DE HOMBRE A HOMBRE

Por Faustino Cuadrado


       Escúchame con atención solamente un momento, hijo mío.
Ya sé que estás absolutamente convencido de que con dieciocho años recién cumplidos, crees estar perfectamente preparado para afrontar los retos que se presentan a tus ojos y además, solventarlos con bien todos ellos.
      Quiero que entiendas que nunca calificaré como inconveniente ni reprobable, que llegues a sentir en el interior de tus manos la circulación de esos torrentes de sangre y fuego que viajan por tus estrechas venas, la ira y el ímpetu de la juventud extraordinaria que a veces te domina y las emociones encontradas que ahora gobiernan tu espíritu y que a veces opacan, a mi juicio en parte tu criterio, pero al parecer, resultan inevitablemente necesarias para poder resolver esas dudas que para ti ya no lo son tanto, unos obstáculos que en un tiempo relativamente cercano conseguían hacer trastabillar tu mente y tu criterio, por la inseguridad y la incertidumbre que te inspiraban.
       Soy consciente de que ha dado comienzo el cómputo en el que el tiempo de sabia escucha y la verdadera paciencia de hacerlo, no forma parte del decálogo de tu vida contemporánea, pues sé que piensas que la gente que como yo te rodea, está caduca y en franca retirada. Ese entorno que decidía en tu lugar sobre la oportunidad de cada ocasión y que te indicaba inexorable las pautas a seguir, aseguras ahora vehemente que ya no son capaces de conocer de primera mano las verdaderas inquietudes que te motivan y las que mueven tu destino, que ni siquiera alcanzamos a vislumbrar la magnitud exacta de las mismas, la amplitud de los deseos que te invaden y la intensidad de los anhelos a los que debes necesariamente dar salida.
        Siempre te he mostrado mi parecer sobre el asunto, mi completo convencimiento de que es necesario y positivo que debas cometer tus propias equivocaciones al adoptar unas decisiones propias, tal y como yo lo hice en un tiempo tan lejano que ya casi ni lo recuerdo. Que debes saber y poder equivocarte y remedar tú mismo aquellos traspiés que la vida te proponga.
       Estoy en completo y perfecto acuerdo con todo ello y con otras muchas cosas, aunque no al precio de dejarme al margen por la desconfianza de todo lo que te rodea, y sobre todo, que me apartes del conocimiento de aquellos errores que puedas provocar y que a menudo suman un excesivo peso a la mochila que cada uno llevamos a la espalda.
       Debes tener claro que jamás haré ni diré nada que pueda comprometerte, ni que pueda causarte daño alguno. Solo pretendo hacerte entender que yo ya pasé antes por todo esto y que tengo la consecuente experiencia de haberlo hecho, deseo que tengas siempre presente que puedes contar conmigo para lo que sea.
        Me achacas que ya no puedes hablar conmigo, y que no necesitas de mis consejos, que no te entiendo, que desconozco las veredas por donde transita el mundo actual y que mis aportaciones están obsoletas y huelen a rancias, desfasadas para los tiempos que corren.
       Hijo mío, no me alejes de tu lado, reflexiona. Siempre habrá algo bueno que puedas entresacar de mi compañía y de mi inmenso amor por ti. No me desaproveches porque algún día lo echarías gravemente de menos. Te quiero, y te quiero a mi lado…
Papá, deja de hablar tan solo un minuto y escúchame atentamente, aunque sea solamente por esta vez.
      Ya sé que todo lo que me dices y que todo lo que pretendes enseñarme lo haces exclusivamente por mi bien, por facilitarme y otorgarme un personal beneficio. Sería de mal hijo imaginar siquiera lo contrario. 
       Me lo dices y me lo repites hasta la saciedad y no tengo motivo alguno para dudar de tus buenas intenciones, pero es que a menudo me siento agobiado por tanta protección como me dispensas y por tanto discurso carente de posibilidad de réplica.
       Papá, yo te quiero mucho, pero a menudo me pareces insoportable y la situación que se genera por ello, insostenible.
      Me irrita sobremanera tu predisposición a la ayuda desinteresada, aunque ésta misma no te la haya pedido. Me agobia tanta pregunta por tu parte, tanta inquisición, y a las que de manera cada vez más habitual, no acompañaré de ninguna respuesta por la mía. Porque muchas de las materias a las que éstas se refieren, pertenecen a mi mundo interior, a mi privado universo personal del que tú ni nadie más puede formar parte, aunque tú seas mi padre.
       Yo también sé, a estas alturas de mi vida, que no soy perfecto y que no tengo todas las respuestas para cualquier cuestión o problema que me surja, pero también te digo que yo lo vivo con la convencida certeza de que debo encontrar mi camino y los obstáculos que me hayan sido asignados, que debo sufrir en mi interior las penas que me acometan y los oscuros desengaños que sé que me aguardan, lamerme personalmente las heridas recibidas.
       Ha llegado mi momento, papá, es mi hora y debo afrontarlo bajo mi personal punto de vista, nunca bajo el tuyo.
       Te pediré tu opinión cuándo entienda que ésta me resulte necesaria, y valoraré y tendré en cuenta tus consejos solo en su justa medida, sin que estos supongan para mí una imposición o una carga extra a transportar y no una forma mejor de llevar el peso presente de mi vida, debo evitar que me resulten un lastre imposible y me obliguen a rechazar su presencia a mi lado, llevándome de esa forma a ignorar irremediablemente tus palabras futuras.
       Me echas en cara que nunca te escucho, y yo por el contrario, te aseguro con la mano situada en el corazón que no he hecho otra cosa en la vida que escucharte, que he hecho siempre lo que tú me has indicado.
      Pero ahora quiero que entiendas que solo volveré a escucharé si tú haces lo mismo conmigo, si respetas mis gustos y mis opiniones, si asumes finalmente que un adolescente se ha convertido con el paso del tiempo y pese a tus infundados temores, en un adulto con propias convicciones y válidas particularidades, con criterios y necesidades personalizadas que no tienen que coincidir necesariamente con las tuyas.
       No deseo perder la cercanía contigo, papá, pero necesito que sepas identificar cuál es la superficie que ocupa mi espacio y aciertes a respetarla sin invadirla, a hablar siempre sin esperar una respuesta cuando ésta no deba darse, a encajar una posible negativa que nunca resultará ser un desprecio a través de mi mano.
      Prometo que yo a cambio, tenderé los cables necesarios entre nosotros y agradeceré de la manera debida todo aquello que puedas enseñarme, el que puedas y quieras estar a mi lado.
      Puedo asegurarte que te estaré eternamente agradecido y me sentiré por siempre, plenamente orgulloso de ser tu hijo.

                                          Copyright©faustinocuadrado






 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

ESCALERA AL CIELO



Fragmento del libro 

"VOCES DE INTERIOR Y LO QUE LA PIEL RESPIRA"







                                                      
ESCALERA AL CIELO
                   
                                                                       por Faustino Cuadrado

          Igual que el viento suave del Este recorre mi cara cuando miro hacia Levante, así recibo el eco de tu recuerdo en mi corazón, como una larga, continua e irrenunciable caricia.
          Tu recuerdo me acompaña allá dónde yo vaya, porque aunque estés frente a mí, aunque tus ojos atraviesen los míos, solo hago que echarte de menos.
          Qué joven y qué guapa parecías, tan lejana y tan cercana a la vez, plena de vida y de vibrante alegría asomando por todos tus poros, brindándonos a aquellos que transitamos a tu lado las mieles de tu esplendor, a pesar del riesgo de parecernos excesivamente accesible.
          Y en el anonimato de la clandestinidad de mi amor por ti me hallaba yo, durante una sucesión de largos y difíciles años, tantos que ya hube perdido la cuenta.
          Fueron esos días en los que mantener latente y sin merma la profundidad y el alcance del sentimiento, laceraban sin tregua mis sentidos y la fortaleza de mi corazón, por sentir tanto, por desear tan profundamente.
          Ese ahogo tan atrayente que se apodera de nosotros, cuando la vista se acostumbra al magnífico arco iris que surge con los rayos de nuevo sol, tras una tormenta de verano que ha convertido la jornada en un día lluvioso y frío, siendo uno a partir de entonces esclavo y deudor de la rotundidad de sus colores, cuando ya resulta ser tarde para todo lo demás al haber sucumbido por completo y sin excusas a sus efectos.
           Es ahí, en ese preciso instante, cuando resulta imposible reparar el corazón roto por las heridas de mi pasión por ti, cuando ya no es posible recomponer jamás nada de lo quebrado.
         Una dependencia terrible que solo es remedada por la correspondencia del sentimiento por parte del otro, cuando a ambos se les rompe el alma en el momento en el que no pueden dárselo todo entre ellos, durante todo el tiempo que necesitan, que anhelan y desean hacerlo.
           En ese mismo instante, cuando todo pinta en oros, es cuando se debe dar gracias a aquel que mueve los hilos por poder hallar a alguien como tú, tan maravillosa, tan real. Pero también es el momento en el que uno comienza a desgarrarse nerviosamente las ropas y a llorar desconsoladamente por no haberlo hecho a tiempo, en un momento más oportuno. Es cuando la fatalidad comienza a dictar esas normas irrenunciables, cuando compruebas que al igual que ella lo es para ti, tú eres para ella su personal arco iris, a pesar de ser plenamente consciente de que ya no hay solución alguna para ello.
          El desconsuelo es total a partir de ese conocimiento, pues tu cabeza te dice que no será factible que las cosas muden el desenlace, de que el tiempo no pasó en balde y fue tu peor enemigo.
          A fuerza de repetirte insistentemente la pregunta de la añoranza, fue esa tarde cálida y sincera de Junio cuando el arco iris mostró los primeros colores en el horizonte, tan levemente difusos que un por momento no parecieron reales. Fue ahí cuando aprendiste que ya nunca más abandonarían los ecos de tu retina.
          Las noches de una magnífica Luna Llena, la del color intenso y anaranjado que riela en las aguas tranquilas del Mediterráneo, las que en tu corazón dieron cuenta en su momento y las que hicieron y forjaron todo lo demás.
          Entre ambas, mostraron los tonos de los siete colores en todo su esplendor y causaron graves heridas en los permeables tejidos del corazón. Fueron las que hicieron posible asimilar para sí mismo el alimento imposible que le proporcionaban. Nada será igual a partir de entonces.
        Leves, pero definitivos contactos a través del corazón. Una catarata de vertiginosas emociones creciendo de manera vertical, con la misma pendiente en la que se alza la vista en la noria del parque.
        Sin pausa ninguna, esos descensos sin freno y a tumba abierta que provocan la caída libre por la otra vertiente, con el único y natural objetivo de elevar el sentimiento a través del propio impulso que la anterior caída provoca, reencontrándote por enésima vez con la montaña rusa que es la vida de la cual no puedes ni quieres bajarte, con mucha menos razón una vez puesta en marcha ésta, porque eso significaría la muerte eterna del amor y del incontenible deseo, y tú no quieres bajo ningún concepto que eso ocurra.
        Tu cuerpo quizás no, pero tu mente y tu corazón serían destruidos por su ausencia, de una manera dolorosa y definitiva.
        Dichosos aquellos que logran consignar su vida en el autobús que ha iniciado la marcha, antes de que éste abandone definitivamente las inmediaciones de la parada, pues sus ligeros pies pisarán en firme y su mirada tendrá el brillo de la felicidad.
        Quien monta en el transporte con el semáforo en rojo sabrá por el contrario y con total certeza, que la totalidad de los asientos estarán ya ocupados y que tendrá que hacer, muy a su pesar, el largo trayecto de pie, expuesto a una brusca caída provocada por los continuos frenazos que le brindará la existencia.
       Al parecer, nosotros cogimos ese autobús superada la parada inicial, y aunque nos hallamos estrechamente abrazados y sosteniéndonos el uno al otro, tendremos que agarrarnos con intensidad a la barra, observando mientras tanto y con notable envidia al resto del pasaje. Todo por no haber llegado a tiempo a la marquesina de la parada, por no haber logrado encontrar con la suficiente antelación un asiento libre. Un asiento para compartir entre los dos, con tal de no tener que mendigar un golpe de suerte que logre que alguien que ocupa ese asiento a nuestro lado, se vea obligado por las circunstancias a bajarse a tierra.
         No puedo desear que eso ocurra, porque a dos de esos viajeros que tan cerca de nosotros viajan, les conozco y les aprecio. Pero en mi infinito egoísmo, quisiera hacerles entender que el arco iris que mueve mi vida, es tan maravilloso y tan necesario para mí, que no puedo permitirme el lujo de perderlo ni abandonarlo a la intemperie.
        Cuando he podido sostenerlo en la mano después de cada tormenta, y hasta que se ha marchado el sol ocultándolo a mis ojos, he podido disfrutar de su luz y de su sonrisa.
        No ha habido otra cosa en el mundo por la que debiera distraerme, y lo he olido y lo he disfrutado a mi antojo. Sus colores me han acariciado la cara hasta elevar mis pies sin necesidad de alas. Su contacto se ha hecho material ante mi ruego y su piel, se ha hecho humana a mi tacto.
         Las gotas de rocío que supuraban, me han aliviado la sed en forma de besos sensuales y carnosos. Y he vibrado como no lo había hecho nunca, con nada ni nadie. La nube sensual y dichosa hecha mujer, la hermosa luz hecha sonrisa.
         En los momentos en los que triste y cansado he humillado la cabeza, he encontrado siempre una mano que apoyada en mi mentón me ha hecho levantar el rostro. Me ha besado en los labios y me ha pedido que continúe adelante, ha echado el brazo por encima de mi hombro y ha caminado conmigo, facilitándome unas fuerzas renovadas que siempre echaba en falta, y sobre todo, me ha otorgado un amor añadido, amor del que siempre nos hace falta.
          No es posible olvidar eso ¿a que no? Yo he visto apagarse el arco iris más de una vez, tras el paso de una tormenta para a continuación, desaparecer junto con el moribundo sol en el horizonte, sin una amarga despedida, sin una lágrima vertida por la desgracia que provoca.
          En cada uno de esos instantes en los que ocurrió aquello, decidí firmemente que nada ni nadie impediría que buscara sin fatiga el sol en donde éste se oculta, y traerlo ante mi aunque fuera a rastras, para permitir con ello que mi arco iris irrumpiera nuevamente en mi vacía vida, con cada nueva tormenta sufrida.
          Yo lo he hecho y lo haré cuantas veces sea necesario, porque nunca dejaré que mi arco iris sufra y no pueda desplegar sus colores con orgullo y displicencia, para mi egoísta y personal disfrute.
   Mi arco iris es mi eterna escalera al cielo, aquella por la que subo y bajo como un tobogán complementario, que me arrulla y me mece a cada momento, del que no me querré bajar jamás y en el que me sentiré siempre como en casa, mucho mejor que en casa, porque él es mi sueño infinito y yo soy el sueño de él, porque sin duda formamos la mejor pareja posible, una dualidad de vida y amor eterno.
   Estoy esperando ansioso que algún día pueda adoptar la forma de mujer que se me ha prometido en sueños, y podamos gozar así de la vida juntos y sin periodos en blanco.
   Esperaré a que todo eso sea posible y a que mi gran sueño se convierta en realidad.
   Si realmente luego no resulta ser así, tal y como yo deseo, le suplicaré que siga permitiéndome al menos, acunarme en su regazo mientras me acaricia las arrugas de la frente y las doloridas sienes, como si de un “amor perpetuo” e infinito se tratara, un susurro que llene continuamente mis oídos de las palabras de amor que tanto añoro y deseo.
                                               
                                                          copyright©faustinocuadrado

martes, 13 de agosto de 2013







“IN MEMORIAM”

 

            Pasaban con extrema rapidez los días y su rostro iba adquiriendo cada jornada transcurrida,  ese color macilento típico de la enfermedad grave y definitiva.

            Hacía cerca de dos años que la fatalidad se había cruzado en su camino, con la forma engañosa de alimento atrayente y económico y sin embargo adulterado por el voraz apetito dinerario del hombre.

            Pasó que éste creyó, que podía recortar gastos, que podría abaratar su vida mientras que ese otro ser humano actuaba sin ningún rubor comercial, arañando beneficios de dónde fuera y sin valorar las conclusas y nefastas consecuencias que eso podría acarrearle a su prójimo.

            Y el auténtico y definitivo problema le visitó sin él esperarlo. Comenzó con un principio de irritación en el cuero cabelludo que creyó sobrevenida. Unos síntomas iniciales revestidos de extrañeza, acompañados con posterioridad con una elocuente e irreparable pérdida de cabello, achacada por su lógica ignorancia al frenético y repetitivo trabajo del peine sobre su cabeza y a una configuración genética desfavorable.

            Siempre llevaba uno de plástico gris en el bolsillo trasero del pantalón. Adoraba regalarse continuas pasadas e innumerables roces con el dentado instrumento, por el ya castigado cabello, haciéndolo frente a cualquier espejo o pulido cristal que pudiera reflejar tan encantador rostro. Le gustaba imaginarse a menudo, como un esforzado Travolta en la película “Fiebre del Sábado Noche” tan llamativo y extraordinario a sus ojos. Así éramos casi todos en esa bendita pero oscura época.

            No tenía agua corriente en su vivienda, y la costumbre al uso, como la de otros muchos a su alrededor, era acercarse a primera hora de la mañana a la fuente pública y llenar todos los bidones que pudiera acarrear. Su padre (su madre murió cuando apenas levantaba dos palmos del suelo) era camarero, y se encargaba de preparar a los trabajadores del barrio el primer café con leche de la mañana, justo antes de coger la “ camioneta” que les llevaría al tajo de cada día.

            Su mejor y único amigo, le acompañaba todos los días a por agua a la fuente. Al principio lo hacía, para darle charla y compañía, después, su único motivo fue, ayudarle a  llevar el cubo que en solitario, él desparramaba.

            Su único y mejor amigo, lamentaba la suerte de aquel, le afligía no poder hacer nada más por él que prestarle su escasa presencia y su innegable amistad.

            Al principio de todo, llegó a barruntar que no había vuelta atrás, ni remedio conocido. Era una cuestión de tiempo, y ese era escaso, la verdad.

            Él también lo sabía, y su mejor amigo lo supo después, porque lo habían hablado al principio, aunque ya llevaran algún tiempo que hacían como si no pasara nada. Bien es verdad, que eso era de puertas para afuera, porque dentro de su morada interior, en el interior del perfil de sus miradas, la tristeza lo corroía todo y todo lo enturbiaba.

            Hubo un día en que la alopecia no fue el único síntoma y ya no pudo asomarse siquiera a la puerta de su casa. Sus agarrotados pies ya no le respondían y la debilidad y la torpeza se apoderaron de él,  juntas pudieron con su naturaleza pujante y rabiosamente vital, hasta solo un año antes.

            La cama se hizo su compañera habitual e infatigable en su rutina diaria, soportando de este cuerpo maltratado, cada vez menos peso. Lo fue, hasta que por fin traspasó el mundo de las realidades y se introdujo definitivamente en el de los sueños tranquilos, dónde nadie se encuentra solo y percibe constantes y apacibles sensaciones, sin ninguna intromisión ni injerencia indeseada.

            Los días cambiaron y dejaron de ser claros y nítidos, a pesar de la luz de Marzo y la calidez de Mayo, a pesar de la subida de las temperaturas y de la extensión de los días, de la temporal retirada de las frías y largas noches del invierno.

            Su único amigo comenzó a pasar menos tiempo a su lado, a la cabecera de su lecho.

            A  éste le conmovía cada vez más su aspecto, su semblante comprimido y seco, su triste apariencia. Principió a pesar más en él, la congoja y la amargura comenzaron a embargarle y supo que no deseaba que su deslavazado amigo, pudiera y quisiera verle así, se lo debía, por los innumerables y gratos momentos que compartieron, en los que los dos se hallaban en pie de igualdad, hermanadamente sanos y rebosantes de color y vitalidad.

            Los meses pasaron a convertirse en días, y los días en horas. Los minutos fueron segundos, y los segundos, ya ni siquiera fueron. Todo se acortaba, los plazos y los términos acabaron con las fechas de futuro. La vida pareció partir hacia otro lugar de referencia, hacia el otro sino que sin duda, todos acabamos buscando, aunque casi siempre fracasamos en el intento. Y en ese viaje, ni siquiera su mejor amigo pudo acompañarle. El uno tuvo que partir y emprender la marcha, el otro, necesitó aguardar turno y completar su particular camino aquí, una senda que todos debemos circundar a pesar de no desearlo siempre.

            Llegó el momento triste de la despedida, y cuando su único amigo bajó esta vez en solitario en dirección a la fuente, y subió luego, desoladoramente cargado de agua en el interior de los cubos y de aguijoneantes y dolorosas sensaciones adheridas a la espalda, pensó por un breve instante en su fiel compañero y en el viaje que había emprendido, y le deseó en su interior la mayor de las suertes. Pidió para él la más amplia de las fortunas y toda la felicidad que cupiera en sus manos.

            Yo sé, con absoluta seguridad y certeza en lo que digo, que eso fue lo que le deseó fervientemente a su amigo.
 
 
copyright©Faustino Cuadrado

lunes, 5 de agosto de 2013

 
 
       Al parecer, el libro está gustando mucho, por lo que seguiremos intentando que todo aquel que esté interesado en él, pueda adquirirlo y compartir así su lectura con todos aquellos lectores que ya lo han hecho.
          Es un placer increíble poder disfrutar de estos momentos tan especiales. Un fuerte abrazo a todos mis lectores y seguidores.
 
 
 
 

viernes, 12 de julio de 2013


 
 
ABRE LOS OJOS
por Faustino Cuadrado
 
 
            Amiga mía, este ingente esfuerzo de atención y comprensión que te brindo, no debe evitar de ninguna de las maneras decirnos a los ojos todo lo que pensamos. Es mucho más importante la verdad desnuda que nuestros íntimos y egoístas sueños.
        Tú no debes soportar, sin más apoyo que tu entereza, tanto dolor, tanta tristeza y humillación por mi parte. Debes rebelarte contra ello de una vez por todas, o estarás completamente perdida y finalmente acabada.
        Grítame, insúltame si resulta necesario. Bríndame motivos suficientes para que pueda sentirme culpable por todo ésto e intente convencerme con ello que debo abandonar de una vez por todas mi intransigente postura. No me dejes creer que el futuro es solamente sinrazón y reglamentos, y que yo estoy al mando del destino que aguarda y tú sometida por contra a mis continuos desplantes.
        Necesito que entiendas lo mismo que yo entiendo, y que yo me vista de tu piel y de tus huesos,  para poder sentir como tú y lograr además, entenderte.
        Que mi cuerpo no acompaña a mi mente de continuo, es mucho más que cierto, es simplemente una verdad certificada.
        Que mi locura viaja sin un rumbo ordenado y sin un destino concreto, es otra verdad oficializada, se hace mucho más patente con el paso del tiempo; y tú, ¿por qué sigues formando parte de todo este penoso artificio y de este humillante montaje?
        Mi cuerpo ya no me pertenece, también resulta verídico. Camino a solas, tomo una vereda inadecuada y no te espero, no miro nunca atrás cuando te retrasas por si me retrasas a mi al mismo tiempo. Mi voraz y codiciosa soledad me arrastra por entero y yo te arrastro al insondable abismo conmigo, enlazados por invisibles ataduras tejidas  y curtidas por mi mano y por mi deseo, y no nos queda ya cuerda suficiente ni saliente en la pared al que poder agarrarnos.
 
        Quizá, en algún momento, deberías valorar el pasado y barajar la idea de soltarte y dejarte ir, abandonarte en la vertiginosa caída que decidirá tu futuro.
       Miro con desdén hacia arriba y veo con insigne claridad las nubes vaporosas que quedan lejanas; después vislumbro el abismo, y la oscuridad y el silencio estremecedor de nuestra soledad se retuercen profundos y lacerantes al final del pozo.
       Caes a mi lado y al mismo tiempo, y tus ojos se desorientan y me muestran una profunda confusión, desconoces la verdad sobre si vas o vienes, si me amas o por el contrario me aborreces, y mientras tanto, los ojos se nos llenan a ambos de vidriosas lágrimas por la brutal velocidad que imprime nuestra caída. A mi no me importa en absoluto, a ti, te atormenta en demasía.
       Me miras a los ojos y luego observas las negras profundidades que asoman cercanas, me hablas a gritos pidiéndome algo, pero yo sólo oigo los latidos desbocados de mi propio corazón, y no puedo ni quiero escuchar lo que dices.
        Amiga mía, sálvate tú de mi infinita locura, y si puedes y si tienes al final suficientes fuerzas, intenta salvarme a mi contigo.
       Mientras tú lo intentarás en vano, silbaré entre dientes la letra de nuestra canción con entusiastas acordes de alegría, y cantaré la música de nuestro moribundo amor hasta que se me quiebre la voz o se me rompa el alma. La música y la letra te harán recordar lo que un día fuimos, lo que un día aparentamos, aunque no se parecerán ya más a mi ni generarán a tu persona, el más mínimo sentimiento reparador.
       Yo vivo y discurro en las afueras de todo, y tú, por el contrario, deberías poder reconocerme allí dónde ya nada es importante y en dónde la vida continúa a pesar de nosotros.
       Deberías comenzar a proponer lo mismo que yo propongo, y chasquear los dedos para intentar desaparecer al mismo tiempo. Ausentarte para siempre del lugar en el que no te reconoces, y plantearte un nuevo amanecer, un nuevo lugar dónde pasar el resto de tu vida.
       Libérate al fin de tu nefasta confusión, de tus negros y corrosivos anclajes porque yo no regresaré ya más a ti, porque yo ya no me acuerdo de nuestro pasado, porque yo ya no te quiero.
 
 

martes, 2 de julio de 2013

CUANDO ESTOY CONTIGO




CUANDO ESTOY CONTIGO 

              Tú no la conoces, amigo mío. No puedes saber cómo es, ni lo que siento cuando estoy cerca de ella. Tampoco eres consciente de lo que significa para mí no tenerle ahora a mi lado.

         Déjame que te la muestre. Necesito compartir mi secreta felicidad con alguien. Que te diga a ti aquello que a veces no puedo decirle a ella cuando me mira y me paraliza el pulso, cuando sus labios me insinúan todo sin decirme nada, cuando el que me habla es su cuerpo y eso hace que el mío se estremezca con tan sólo oírlo.

  Siéntate un momento a mi lado, por favor, y escucha lo tengo que decirte. Quizás así lo entiendas y te hagas cargo. Necesito contártelo para poder respirar alguna vez y así puedas comprender la razón de que a veces, me veas algo ausente o ensimismado.

  Siento la necesidad de expresar al mundo todo aquello que he sentido en mi única noche, la que me hizo vibrar de pasión y de maravillosas sensaciones, la que me volvió a dar la vida después de estar muerto.

  A pesar de mi pasado, aunque pueda parecerte mentira, con todo mi bagaje y cientos de profundas arrugas en el alma, aún puedo estremecerme como hacía mucho tiempo que no lo lograba.

  Es verdad que así me ocurrió, bien lo sabe Dios, y a él lo tengo esta vez de mi parte.

  Esa noche lo cambió todo, y su perfume aún sigue acompañándome en cada momento que he vivido después.

  Tengo en mis labios aún su sabor, la marca de sus brazos en mi cuello cuando me hablaba al oído, al bailar fundidos en el abrazo. Tengo su sensual boca sólo para mí, mía para siempre. Ya nadie podrá separarla de la mía.

  Permíteme que te cuente, amigo mío. Toma un trago de la botella si lo deseas. Lo que sea, pero siéntate a mi lado y consiente en que te cuente, cómo me sentí en esos momentos.

 En esa noche existieron gratos instantes, alegres y divertidos, pero por encima de cualquier otro aspecto, existió un vuelco constante en el estómago, un tobogán de sensaciones mareantes  y sublimes, y a menudo pienso que necesito curar el vértigo que aún padezco, y otras tantas veces, que todo intento será inútil. Es más, no creo desear que ésta sensación me abandone y se marche.

 Mi mirada y la suya coincidieron muchas veces, como cómplices de un precioso secreto que nos atañía exclusivamente a nosotros y que no deseábamos compartir con nadie más, porque era completamente nuestro.

  Y mi deseo y el suyo deseaban encontrarse a cada paso, en cada instante, pero ello no resultaba posible. Era necesaria una excusa previa, y después de ésta, otra. Y éstas vinieron en mi ayuda pues yo no podía hacer nada para provocarlo, o casi nada, pues una promesa es una promesa, ¿no?.

 Pero las promesas están para incumplirlas en lo más intrincado de tu ser, porque cuando tu mente te dice que no y tu corazón y tus entrañas te dicen lo contrario….. El primer beso fue inocente, el segundo, al menos sospechoso, y al final, el último beso, completamente culpable. Culpable de amor, porque así lo sentí en esos instantes, culpable del poderoso deseo carnal y sensual en mi vientre, culpable al final, por provocarme auténtica ira por lo corto y por lo breve, por saberlo el último.

 Sí, amigo mío, hubiera deseado en esos momentos que el mundo se detuviese, que no sonara más la música ni hubiera reloj que caminase, que sus brazos no se descolgaran de mi cuello y que mi cuerpo no dejara jamás de estar fundido al suyo.

 Su piel contra mi piel, sintiendo sus turgentes senos clavados en mi pecho y su calor calándome los huesos, percibiendo su feminidad extrema. Sus labios sobre los míos, dentro de los suyos los míos. Nuestras lenguas fundidas en una sola. ¡Ay amigo mío! su sabor. No se si te he dicho ya que su bendito sabor me acompañará siempre allá donde vaya. Ves, otra vez me estremezco de pensarlo.

Aún me tiemblan la boca y las manos cuando recuerdo mi sensual unión con ella, delante de todos. Mis manos en su cintura y las suyas en mi espalda.

Soñé que mi sueño se cumplía, y que por fin podría tenerla para mí solo, aunque fuera por un sólo momento, aunque resultase del todo punto ficticio.

  Sé que no podré tenerla nunca, ¡no me lo repitas!, me hace mucho daño escucharlo. Pero en ese mágico instante fue solo mía, lo juro. Supe que era solo mía y así me lo dijeron sus labios, y su cuerpo, porque has de saber que su cuerpo me habló de forma clara y rotunda.

  Sentí que ella me deseaba a mí tanto como yo la codiciaba a ella. Así quiero creerlo, no podría admitir lo contrario. Por un momento fue solo mía….yo de ella lo seré siempre.

 ¿En qué piensas, amigo mío?, ¿acaso me crees un iluso? No, no lo soy. Quedaron muchas cosas en el tintero, no pude decirle  todo lo que llevaba dentro. Por ella, se lo había prometido.

 No pienses que no sé que voy a tener que seguir manteniendo el tipo, aunque muera por dentro. Que a veces tenga que mirar hacia otro lado cuando lo que mis ojos deseen, sea solamente mirarla, y mis manos acariciarla y mi cuerpo poseerla.

  Esos preciosos y profundos ojos que me taladran de amor a cada instante, y que en esa noche, ¡Dios!, en esa noche también fueron míos, egoístamente míos.

  Ya lo sé. Cuando subimos al taxi supe que era el principio del fin. Que tengo que consolarme apenas con su recuerdo, con su pelo alborotado por la lluvia y su sonrisa eterna pintada en la cara. Con el regusto de su boca fundida en la mía y el de su vientre anexionado al mío. Recuerdo también, que no puedo quitármelo de la cabeza.

  Confío, aunque sé que no es sensato, en la posibilidad de una nueva noche de pasión definitiva y rotunda, aunque ésta vuelva a ser efímera y yo siga manteniendo mi promesa, y no le pueda hablar de amor eterno.

  Prometo que únicamente le hablaré de amor temporal,  de manera sencilla, muy bajito, en un leve susurro junto al oído mientras nuestros cuerpos se unirán de nuevo y hablarán a través de la piel y la carne, como en esa noche irrepetible.

  Dime, amigo mío, si no fue una inolvidable velada para un loco enamorado.

miércoles, 12 de junio de 2013





SIN LA MENOR OPORTUNIDAD



         Le tenía un temor tan asfixiante, tan enfermizo, que nunca le había entregado su voluntad ni se había atrevido con menor motivo aún, a caer postrado a sus pies por tan arrebatador embrujo.
        En más de una ocasión, “la que no tenía nombre”, había intentado seducirle a costa de lo que fuera, una y otra vez, y hasta en una tercera ocasión con el despliegue completo del arsenal de mil armas diferentes y con el uso indiscriminado de todas sus malas artes. Mas él, sublime experto en la estrategia de la evasión y del escapismo, había conseguido evitar el tan temido desenlace.
        Ella, al parecer, no se conformaba con los miles, quizá millones de exitosas conquistas, todas ellas cosechadas en el largo y fecundo intervalo de su provechosa existencia.
       Era insaciable y voraz, y el afán y la sed inagotable de novedosos logros y rotundas victorias, no podían ser mitigados más que con la consecución de futuras conquistas y nuevas víctimas propiciatorias.
        El aumento del número de damnificados en su ya voluminoso haber no colmaba su orgullo, sólo lograba saciar en parte el inmenso e insondable apetito con la que fue creada.
        Él, atento ante cualquier peligroso acercamiento de sus hechizos y de su envoltorio perfumado y embriagador, burlaba a duras penas su pertinaz acoso y su rutinaria demanda.
       Terminó por sufrir lo indecible, con cada momento en que le flaqueaban las piernas y parecían ceder irremisiblemente sus endebles defensas incorrectamente apuntaladas, y en más de una ocasión, estuvo a punto de sucumbir de manera definitiva a sus innumerables encantos.
    • ¿Por qué yo?, ¿por qué a mi persona? - se preguntaba incansable, cuestionándose los motivos que pagaban “a la que no tenía nombre” al hacerlo. Aquellas dudas y aquellas preguntas sin respuesta, le acercaban sin remisión a la paranoia más absoluta -.
    • Él, el más insignificante de todos los mortales, perseguido sin descanso por la más bella y la más aclamada, la más deseada de todas las emociones humanas.
      Su indudable grandeza y su adictivo disfrute, abrumaba a todo aquel que a ella se acercaba y respiraba a través de los poros de su cuerpo, el fragante y adictivo perfume que destilaba.
       Todo el mundo conoce, desde el más sabio de los hombres hasta el mayor de los necios, las nefastas consecuencias que su compañía y posesión generan siempre.
      Que no hay argumentación ni recursos suficientes para eludir su poderoso encantamiento, sobre todo para los más débiles de alma, para los de corazón abrumado y para los ávidos de aventura. No, ellos no tendrán nunca tanta suerte, les faltará de repente el suficiente criterio y la lucidez necesaria para poder evitarlo.
      Pero el transcurso del tiempo da paso a la fatiga, y cansado ya de tanto batallar, por su supervivencia e independencia se dio finalmente por vencido, y después de muchos años de lucha y desgaste, a su debilitado espíritu le abandonaron las fuerzas y se dejó llevar, arrojándose entregado y voluntarioso a los brazos de “la que no tenía nombre”.
     La permitió introducirse de lleno en su vida y tomar posesión de esa nueva plaza. Profanar el cuerpo virgen de un escurridizo siervo al que imponer sus sensuales condiciones y del que recibir a cambio, un oneroso e importante tributo.
    Desde ese mismo instante, a partir de ese momento, nadie podría asegurarle que lograra ser más feliz de lo que lo había sido hasta entonces, ni tampoco más afortunado. Sólo podría predecirse que sería desde aquella vital decisión mucho más humano, y se sentiría cada día más vivo.
    A raíz de esa rendición practicada, sus sentidos superarían definitivamente las barreras de color rojo y blanco y primarían sobre la razón y frente a la cabeza.
   Quedaría a merced de un nuevo universo de sensaciones, al albur del dictamen de su bajo vientre y de la profunda sensibilidad de la epidermis erizada.
    Ya no tendría freno, ya nada podría colmar su deseo si no venía acompañado de “la que siempre ha tenido nombre”.

martes, 11 de junio de 2013


FIRMA DE LIBROS


(un momento de pausa entre firmas)




       El día amaneció con un sol espléndido y la tarde fue primaveral en todos sus aspectos.
        Un montón de ávidos lectores se echaron a la calle a pasear entre las casetas, en busca de aquel libro que también les estaba buscando a ellos. Los libros...  





      El placer de dedicar un libro escrito por tí a un lector interesado en él, es difícil de describir. Nunca se cansará uno de repetir la experiencia.