viernes, 13 de diciembre de 2013

UNA DIOSA SE ENAMORÓ DE MÍ



Fragmento del libro

"VOCES DE INTERIOR Y LO QUE LA PIEL RESPIRA"









UNA DIOSA SE ENAMORÓ DE MI

por Faustino Cuadrado


            Es difícil de explicar lo que ocurrió a quién no lo pudo ver por sí mismo. Es complicado de aceptar, cuando los ojos de los demás han de hallarse apartados de un hecho tan inusual como lo es ese, por las malsanas envidias que llegará a provocar y por los celos ofuscados que generará por tanta mala baba como hay suelta. Solo acertará este milagro a confortar el alma de los que sí lo aceptan y lo celebran como si les hubiese ocurrido a ellos.
            La diosa vino a mi sin previo aviso, sin llegar yo a imaginarlo siquiera por ser ya tan tarde y por haberse consumido gran parte de la vela de mi vela.
            Desde la espalda de la luna, dónde las hadas y las leyendas preparan en secreto sus historias, cuando más brillante estaba la cúpula del cielo por tanta estrella cómplice la diosa extendió una mano suave y tierna hacia mi, impregnada de fragancias de menta y romero y me tocó suavemente el rostro, con la íntima dulzura que solo las diosas saben imponer a sus actos.
            Y yo, pequeño mortal anhelante de cuánta magia pueda dispensarme la vida, levanté la vista para comprobar quién era quien me tocaba con dedos de amor y aliento de brisa de mar, y quedé cegado por la belleza que descubrí en su rostro y por el inmenso amor que me trasladaban sus ojos.
              En un ser humano abatido de amor quedé convertido. La arena ardiente bajo mis pies dejó de quemar mis plantas y el abatimiento que me acosaba desde tanto tiempo atrás, desapareció a través de los poros de mi piel como por ensalmo.
             Miré mis manos y mis piernas y las vi recompuestas de anteriores trabas y de escaras de amores muertos. Mi cara se reflejó, a pesar de la oscuridad reinante, en la misma piedra pulida con la que anteriormente tantas veces había tropezado, y todas juntas, todas esas señales inequívocas que me ilustraban, me advirtieron de la inminente llegada de la felicidad soñada, de la arribada del gran amor de mi vida que tanto tiempo había esperado.
            La diosa de la Luna abrió la boca y sus labios sensuales y húmedos susurraron mi nombre, acariciaron mi oído con su leve roce. El cielo se abrió de par en par entonces y la mujer más bella que nunca hubiese imaginado poder observar, deslizó su divino cuerpo por entre los escasos nimbos blancos y algodonosos que jalonaban la noche, en dirección a mi con los brazos abiertos, hambrientos de mi cuerpo y dispuestos para el feliz abrazo que me ofrecían.
             Yo no puse barrera alguna entre su camino y mi persona y abrí mi camisa dejando mi mortal pecho al descubierto, pues mi eterno sueño largamente forjado en lo más recóndito de mi corazón había comenzado a materializarse.
             Me esperaban cálidas noches de ensueño y hermosos días de auténtica gloria, pues la diosa se me había manifestado, prometiéndome entre besos tiernos y pausadas caricias su amor eterno. Yo le creí sin dudar y puse en sus manos todo el amor que poseía, lo derramé a paletadas y vacié de escombros las alforjas de mi corazón en sus ojos claros y en su piel de seda y gasa.
              Ahora soy un hombre nuevo, que ama a una diosa con locura total de la que no me arrepiento y que se siente amado de igual manera por ella misma. Una diosa, que al parecer, solo vino a este mundo a cumplimentar mi llamada, a dotarle de una vida infinita al sueño de un mortal caducado pero ahora señalado por la fortuna, un mortal que soy yo y con el cual me identifican.
              Mi vida ya no me pertenece, pues se la entregué a quién vino desde la espalda de la luna a iluminar mi cielo con sus haces de luz blanca y transparente, con su corazón de ahora, humano y palpitante, una vez posó los pies sobre la blanda tierra y el verde césped.
                                         
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