lunes, 7 de enero de 2013


 Fragmento del Libro  
  EL ÚLTIMO HOGAR QUE NOS QUEDA


(desgracia humana si no hay calor en la acogida)







      Ion, volvió una vez más, de manera recurrente, a rememorar con nostalgia su patria y comenzó a imaginar un emotivo paseo virtual por su país y por sus circunstancias. 
            - ¿Cuándo cambiarán las cosas? ¿tendrán mis hijos que realizar alguna vez este mismo viaje, o alguno similar para poder sentirse seres humanos dignos?
          En su Rumanía natal, desde finales de los años ochenta, habían sido cerca de dos millones de compatriotas los que como él, escaparon como pudieron de su agreste geografía. Huyeron de un triste país, donde el salario mínimo se cifraba en unos sesenta euros al mes y un médico especialista como él, podía percibir alrededor de ciento veinte. ¿Quién puede vivir con sólo esa cantidad, si además pretende sacar adelante y al mismo tiempo, a un par de hijos pequeños?
       Se trataba sin duda, de un lugar incómodo en el que vivir, que te obliga a abjurar de él por lo poco que te ofrece, en el que nada te retiene a la hora de probar suerte fuera de él, y en el que se convierte en obligatorio, para poder vivir y prosperar, tener algo más que suerte.
        Se hace a veces necesario, tener determinados amigos que te presten el dinero suficiente para comprarte el billete de autobús y poder pagar también con él el seguro médico del viaje. En el acuerdo sellado con un simple apretón de manos, se establecerá la firme promesa de devolver el dinero y los intereses devengados al amigo prestador, ¡ay de ti y de tu familia si no lo haces! cuando el prestatario regrese del paraíso laboral elegido. 
 
(ningún ser humano sin oportunidades)
   Tantos años de lucha empeñada y tan poco rédito conseguido. Tener que comenzar todo de nuevo, solo, lejos de su familia y de su entorno.


  
      - ¡Qué duro y costoso me va a resultar! - se lamentaba a menudo -
      Fue,  al caer maduros y rendidos los últimos minutos de la tarde, con el oscurecido asfalto de la carretera perdiéndose por la luneta trasera del autocar, cuando Ion comenzó a descansar los ojos de la fuerte luz del crepúsculo. Entonces, sin una tarjeta de presentación que lo anunciara, se le apareció de improviso el bendito rostro de Dana reflejado en el cristal de la ventanilla, tan sonriente como siempre, indudable e invariablemente hermoso. 


copyright Faustino Cuadrado