miércoles, 11 de septiembre de 2013

ESCALERA AL CIELO



Fragmento del libro 

"VOCES DE INTERIOR Y LO QUE LA PIEL RESPIRA"







                                                      
ESCALERA AL CIELO
                   
                                                                       por Faustino Cuadrado

          Igual que el viento suave del Este recorre mi cara cuando miro hacia Levante, así recibo el eco de tu recuerdo en mi corazón, como una larga, continua e irrenunciable caricia.
          Tu recuerdo me acompaña allá dónde yo vaya, porque aunque estés frente a mí, aunque tus ojos atraviesen los míos, solo hago que echarte de menos.
          Qué joven y qué guapa parecías, tan lejana y tan cercana a la vez, plena de vida y de vibrante alegría asomando por todos tus poros, brindándonos a aquellos que transitamos a tu lado las mieles de tu esplendor, a pesar del riesgo de parecernos excesivamente accesible.
          Y en el anonimato de la clandestinidad de mi amor por ti me hallaba yo, durante una sucesión de largos y difíciles años, tantos que ya hube perdido la cuenta.
          Fueron esos días en los que mantener latente y sin merma la profundidad y el alcance del sentimiento, laceraban sin tregua mis sentidos y la fortaleza de mi corazón, por sentir tanto, por desear tan profundamente.
          Ese ahogo tan atrayente que se apodera de nosotros, cuando la vista se acostumbra al magnífico arco iris que surge con los rayos de nuevo sol, tras una tormenta de verano que ha convertido la jornada en un día lluvioso y frío, siendo uno a partir de entonces esclavo y deudor de la rotundidad de sus colores, cuando ya resulta ser tarde para todo lo demás al haber sucumbido por completo y sin excusas a sus efectos.
           Es ahí, en ese preciso instante, cuando resulta imposible reparar el corazón roto por las heridas de mi pasión por ti, cuando ya no es posible recomponer jamás nada de lo quebrado.
         Una dependencia terrible que solo es remedada por la correspondencia del sentimiento por parte del otro, cuando a ambos se les rompe el alma en el momento en el que no pueden dárselo todo entre ellos, durante todo el tiempo que necesitan, que anhelan y desean hacerlo.
           En ese mismo instante, cuando todo pinta en oros, es cuando se debe dar gracias a aquel que mueve los hilos por poder hallar a alguien como tú, tan maravillosa, tan real. Pero también es el momento en el que uno comienza a desgarrarse nerviosamente las ropas y a llorar desconsoladamente por no haberlo hecho a tiempo, en un momento más oportuno. Es cuando la fatalidad comienza a dictar esas normas irrenunciables, cuando compruebas que al igual que ella lo es para ti, tú eres para ella su personal arco iris, a pesar de ser plenamente consciente de que ya no hay solución alguna para ello.
          El desconsuelo es total a partir de ese conocimiento, pues tu cabeza te dice que no será factible que las cosas muden el desenlace, de que el tiempo no pasó en balde y fue tu peor enemigo.
          A fuerza de repetirte insistentemente la pregunta de la añoranza, fue esa tarde cálida y sincera de Junio cuando el arco iris mostró los primeros colores en el horizonte, tan levemente difusos que un por momento no parecieron reales. Fue ahí cuando aprendiste que ya nunca más abandonarían los ecos de tu retina.
          Las noches de una magnífica Luna Llena, la del color intenso y anaranjado que riela en las aguas tranquilas del Mediterráneo, las que en tu corazón dieron cuenta en su momento y las que hicieron y forjaron todo lo demás.
          Entre ambas, mostraron los tonos de los siete colores en todo su esplendor y causaron graves heridas en los permeables tejidos del corazón. Fueron las que hicieron posible asimilar para sí mismo el alimento imposible que le proporcionaban. Nada será igual a partir de entonces.
        Leves, pero definitivos contactos a través del corazón. Una catarata de vertiginosas emociones creciendo de manera vertical, con la misma pendiente en la que se alza la vista en la noria del parque.
        Sin pausa ninguna, esos descensos sin freno y a tumba abierta que provocan la caída libre por la otra vertiente, con el único y natural objetivo de elevar el sentimiento a través del propio impulso que la anterior caída provoca, reencontrándote por enésima vez con la montaña rusa que es la vida de la cual no puedes ni quieres bajarte, con mucha menos razón una vez puesta en marcha ésta, porque eso significaría la muerte eterna del amor y del incontenible deseo, y tú no quieres bajo ningún concepto que eso ocurra.
        Tu cuerpo quizás no, pero tu mente y tu corazón serían destruidos por su ausencia, de una manera dolorosa y definitiva.
        Dichosos aquellos que logran consignar su vida en el autobús que ha iniciado la marcha, antes de que éste abandone definitivamente las inmediaciones de la parada, pues sus ligeros pies pisarán en firme y su mirada tendrá el brillo de la felicidad.
        Quien monta en el transporte con el semáforo en rojo sabrá por el contrario y con total certeza, que la totalidad de los asientos estarán ya ocupados y que tendrá que hacer, muy a su pesar, el largo trayecto de pie, expuesto a una brusca caída provocada por los continuos frenazos que le brindará la existencia.
       Al parecer, nosotros cogimos ese autobús superada la parada inicial, y aunque nos hallamos estrechamente abrazados y sosteniéndonos el uno al otro, tendremos que agarrarnos con intensidad a la barra, observando mientras tanto y con notable envidia al resto del pasaje. Todo por no haber llegado a tiempo a la marquesina de la parada, por no haber logrado encontrar con la suficiente antelación un asiento libre. Un asiento para compartir entre los dos, con tal de no tener que mendigar un golpe de suerte que logre que alguien que ocupa ese asiento a nuestro lado, se vea obligado por las circunstancias a bajarse a tierra.
         No puedo desear que eso ocurra, porque a dos de esos viajeros que tan cerca de nosotros viajan, les conozco y les aprecio. Pero en mi infinito egoísmo, quisiera hacerles entender que el arco iris que mueve mi vida, es tan maravilloso y tan necesario para mí, que no puedo permitirme el lujo de perderlo ni abandonarlo a la intemperie.
        Cuando he podido sostenerlo en la mano después de cada tormenta, y hasta que se ha marchado el sol ocultándolo a mis ojos, he podido disfrutar de su luz y de su sonrisa.
        No ha habido otra cosa en el mundo por la que debiera distraerme, y lo he olido y lo he disfrutado a mi antojo. Sus colores me han acariciado la cara hasta elevar mis pies sin necesidad de alas. Su contacto se ha hecho material ante mi ruego y su piel, se ha hecho humana a mi tacto.
         Las gotas de rocío que supuraban, me han aliviado la sed en forma de besos sensuales y carnosos. Y he vibrado como no lo había hecho nunca, con nada ni nadie. La nube sensual y dichosa hecha mujer, la hermosa luz hecha sonrisa.
         En los momentos en los que triste y cansado he humillado la cabeza, he encontrado siempre una mano que apoyada en mi mentón me ha hecho levantar el rostro. Me ha besado en los labios y me ha pedido que continúe adelante, ha echado el brazo por encima de mi hombro y ha caminado conmigo, facilitándome unas fuerzas renovadas que siempre echaba en falta, y sobre todo, me ha otorgado un amor añadido, amor del que siempre nos hace falta.
          No es posible olvidar eso ¿a que no? Yo he visto apagarse el arco iris más de una vez, tras el paso de una tormenta para a continuación, desaparecer junto con el moribundo sol en el horizonte, sin una amarga despedida, sin una lágrima vertida por la desgracia que provoca.
          En cada uno de esos instantes en los que ocurrió aquello, decidí firmemente que nada ni nadie impediría que buscara sin fatiga el sol en donde éste se oculta, y traerlo ante mi aunque fuera a rastras, para permitir con ello que mi arco iris irrumpiera nuevamente en mi vacía vida, con cada nueva tormenta sufrida.
          Yo lo he hecho y lo haré cuantas veces sea necesario, porque nunca dejaré que mi arco iris sufra y no pueda desplegar sus colores con orgullo y displicencia, para mi egoísta y personal disfrute.
   Mi arco iris es mi eterna escalera al cielo, aquella por la que subo y bajo como un tobogán complementario, que me arrulla y me mece a cada momento, del que no me querré bajar jamás y en el que me sentiré siempre como en casa, mucho mejor que en casa, porque él es mi sueño infinito y yo soy el sueño de él, porque sin duda formamos la mejor pareja posible, una dualidad de vida y amor eterno.
   Estoy esperando ansioso que algún día pueda adoptar la forma de mujer que se me ha prometido en sueños, y podamos gozar así de la vida juntos y sin periodos en blanco.
   Esperaré a que todo eso sea posible y a que mi gran sueño se convierta en realidad.
   Si realmente luego no resulta ser así, tal y como yo deseo, le suplicaré que siga permitiéndome al menos, acunarme en su regazo mientras me acaricia las arrugas de la frente y las doloridas sienes, como si de un “amor perpetuo” e infinito se tratara, un susurro que llene continuamente mis oídos de las palabras de amor que tanto añoro y deseo.
                                               
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