miércoles, 19 de marzo de 2014




QUE SUENE “LA CUMPARSITA”

                                                               por Faustino Cuadrado



           Cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Cuántas dolorosas penas y qué menores alegrías se sucedieron en este intervalo de escasez y bonanza a partes desiguales. Porque no siempre fue lo mismo, no siempre acudieron presurosas a mi las buenas nuevas si bien no deberé quejarme en exceso.
           ¿Diez años ya? Todo un mundo, toda una eternidad en esta vida que nos ha tocado ¿disfrutar?... porque diez años son más que suficientes para sumar con lo que nos ocurre a diario, la adición de todo lo vivido desde entonces da para mucho.
            Diez años es para celebrarlo, pero no porque te hayas marchado durante todo ese tiempo, sino por haberte conocido y disfrutado antes durante muchos más, tantos que mis recuerdos transitan recreando el tiempo y decido entonces que fui feliz por poder haberlo hecho a lo largo de tantos años, por haber participado activamente de tu vida y tú de la mía.
            Tú, que cualquier cambio te provocaba un dolor de cabeza insufrible y que al final esa variación por pequeña que fuera, lograba que siempre mantuvieses la mirada fija en el blanco horizonte de la pared, sentado en tu sillón favorito después de llegar del trabajo, quién sabe si rumiando lo que eso de molesto significaba para ti, o simplemente permitiendo que el incesante goteo del tiempo diera paso a lo inevitable, entregándote en soledad y de esa manera tan personal a esa certeza, mientras tu franca mirada vagaba así, como perdida.
            Recuerdo bien tu mano firme al cruzar la calle cuándo bajábamos a ver el fútbol las mañanas de los domingos. La imagen del eterno bocadillo de sardinas en aceite, esos tragos de cerveza que tan fría nos servían y que calmaban la sed del pan y el aceite del almuerzo. No tenía edad para ello pero estábamos bien, estábamos juntos, éramos uno solo.
           Y qué me dices de esa noche de invierno en la que me encontraba un poco apurado cerca del portal de casa y tú llegabas cansado del trabajo. Te diste cuenta de inmediato y pusiste manos a la obra, es que eran tres contra mi y me tenían acorralado. Sacaste tus buenas maneras y decidiste que no era justa la contienda, que de uno en uno sería lo más honrado, lo más cabal, y ellos entendieron que si me querían zurrar tendrían que hacerlo de uno en uno y yo así sí estaría preparado y listo para lo que fuera, hasta para perder. Pero solo hubo una pelea y yo la gané, los demás desistieron de su empeño visto lo visto y yo también lo hice después en años posteriores pues jamás volví a pelear con nadie más, entendí que nunca ha sido inteligente hacerlo.
          Pausado y silencioso, siempre lo fuiste; taciturno a veces y disparatado otras, las menos, solo cuándo te encontrabas a gusto entre iguales e inmerso entre tu grupo de personas afines. Todos coincidían en lo mismo, simpático, serio, responsable...
         Conmigo y con la niña, siempre pendiente, orgulloso de nosotros pero sin mostrarlo apenas. La condición de hombre pesó mucho siempre en ti, así era la educación que recibiste como tantos otros de esa nefasta época franquista.
         Los besos y los arrumacos no eran lo tuyo, nosotros lo sabíamos y te lo perdonamos desde el principio.
          "Niño, pon La Cumparsita - me invitabas- dame ese gusto anda, que llevas mucho tiempo con esa otra música de locos...” y yo lo hacía a regañadientes, aunque en verdad no me importaba nada darte ese gusto.
         Cuidaste bien de mi, cuidaste bien de nosotros. Ninguna prodigalidad, ninguna extra limitación económica que bien sabíamos que no podías permitírtela. Los únicos excesos por ti cometidos fueron los abusos del trabajo, tantas horas le fueron robadas al sueño y también a tu mujer, tantas horas que nos fueron hurtadas a todos nosotros.
           Al principio solo eras grato recuerdo de mis domingos soleados, de las fiestas de guardar, pues a las horas de la tarde nunca pude asociarte y a las de la cena, vagamente las recuerdo. El trabajo y a su dedicación completa dedicaste gran parte de tu vida: “la necesidad obliga y a mi, a mi me obliga más...” decías a menudo.
           Momentos dulces pasaron y otros de ingrato sabor amargo te acometieron.     
             Tus escasas risas fueron remitiendo paulatinamente, el paso de los años y las pesadas cargas padecidas abovedaron tu espalda. Las arrugas de la frente se marcaron como surcos recién arados y las ausencias en el habla y en la comunicación se hicieron cada vez más latentes y repetidas.
            Nadie supo interpretarlas, tampoco las hubieras traducido a nadie de habértelo preguntado.
             Los años viajaron excesivamente rápido, independencia, cercanía, ausencia y el mundo y su cambio lo viste pasar desde lejos, ubicado y pertrechado a la puerta de tu casa y sentado en una silla, como lo hacen las gentes de los pueblos que parece que nunca esperan nada ya, mientras la cálida noche del verano les acaricia el rostro bajo la pálida luz de la luna nueva.
          Viajaste, bailaste, viviste, bailaste, jugaste al mus, bailaste. Siempre emparejado, siempre dispuesto para lo que se necesitara.
          “Pon La Cumparsita ahora”, me decías en las nocheviejas de fiesta permanente en el salón de nuestra casa, llena a rebosar de vecinos y de familia cercana en maravillosa y feliz armonía.
             Y brillaba entonces ese tango que resuena melódico en mis oídos desde que habitaba en la cuna, transitando en el viejo tocadiscos de madera y vibrando en la aguja cuando ésta daba vueltas y vueltas sobre los surcos del vinilo negro y desgastado.
            A mi comenzaron a gustarme sus notas desde el principio y hasta desde siempre si no me equivoco.
            Luego vinieron los días en los que llevabas a mi hijo junto a las vías del tren para verlos pasar a toda máquina y disfrutar disimulado de su grata compañía.
           Tu tiempo era ya libre del todo, nada te ataba a ningún horario y sin embargo te ataste tu mismo a ello, quizá porque con él si te gustaba hablar, porque seguro que él te entendía mejor que ningún otro, porque parecía ser que os comunicabais a través del mismo idioma. Él a veces me lo recuerda, me muestra emocionado el contenido de vuestras conversaciones y rememora al tiempo el estridente chirrido de los trenes a su paso bajo el puente.
           Le hablaste en tus propios términos de tu posguerra particular, como lo hiciste conmigo cuándo era pequeño y hubo un cierto tiempo para dedicarme.   También le pusiste tras la pista del hambre que padeciste en esos tiempos, de las miserias que viviste y de las que vivieron otros que conociste, de lo duro que resultó estar allí cuándo se produjo todo. Le amenizaste la infancia con chistes divertidos y soportaste su peso encima de las rodillas mientras él te sujetaba la cara y te pellizcaba las orejas. Le quisiste mucho, como a todos nosotros.
           Diez años ya y tus arrugas perennes comienzan a ser ahora las mías. Las heridas del alma que un día se cerraron convenientemente ahora se abren en mi por tantas cosas como surgieron en estos años. A veces te hablo, a menudo te siento cerca de mi, pero esos años no se dan la vuelta, no regresan de ningún modo.
            El día que nos despedimos contempla una señal luminosa en mi calendario. Tú lo sabías y yo también lo supe, pero no nos importó tanto pues los dos supimos que había llegado el momento.
            Tampoco había muchas más palabras que decir cuándo no las hubo antes, lográbamos comunicarnos a la perfección tan solo con mirarnos a los ojos.
             Agarré con fuerza tu mano y besé tu frente, sentía que estabas tranquilo y en paz contigo y con todos nosotros. La sonrisa que me brindaste se fue apagando al mismo tiempo que los pitidos de la máquina, con una serenidad encomiable, con inusitada templanza, tal y como habías vivido siempre.
             “ Ponme una vez más La Cumparsita “ anda, por penúltima vez.
            Esta vez fueron solo mis gratos recuerdos los que me lo sugirieron, fueron solo las imágenes de unos años pasados que ya nunca volverán, que solo pasarán por mi mente de vez en cuando. Pero bien sabemos todos que esos recuerdos casan mucho mejor con un buen tango, con el mejor de los tangos para mi padre, con las intensas y desgarradoras notas de “La Cumparsita” resonando en un viejo tocadiscos de la prehistoria que arranca con amargos quejidos cada vez que comienza a girar el negro vinilo que lo contiene.
              A veces, cuando estoy solo y nostálgico, escucho emocionado los bellos compases de “La Cumparsita”, ese querido tango que siempre consigue traerme unos bellos y gratos recuerdos.


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