martes, 7 de octubre de 2014



UNA ROSA ROJA EN MI VIDA

      Ha llegado el momento en el que las flores y las hojas deben marchitarse en su inminente ocaso.
    Es el tiempo en el que la fugacidad del otoño se nos aparece y extiende su manto ocre y amarillento sobre las plantas y también sobre los corazones abrumados, sobre aquellos necesitados de caricias y de abrazos decididos, que siempre quisieron sentirlos y no siempre pudieron tenerlos.
    Es aquí la época de las nostalgias y de los fuegos de leña, de los atardeceres de fuego y de viento y la de las sonrisas rememoradoras de tiempos mejores que en realidad nunca lo fueron, ansiosos de suspiros más tibios y cercanos que en todo momento se echaron de menos.
    Es la realidad que se nos ofrece, es la verdad del momento.
    Pero eso es aquí, eso es en esta parte del mundo.
    Hay otro lugar por el contrario en el que el color blanco da paso a la vida, en el que el frío aliento de la noche enmudece por espacio de un instante y se convierte de improviso en cálido susurro al oído, en esplendor de colores y estallidos de luz y claridades casi olvidadas.
    Es en este particular edén de este lado del mundo, dónde se puede encontrar únicamente a mi rosa de la suerte, a mi rosa roja de pétalos suaves y aterciopelados que con su tierno tacto y apasionado perfume, es capaz de otorgar la vida y de apasionar el alma, de alegrar con su presencia cualquier jardín en el que deposite su elegante tallo.
    Esa roja rosa se abrió de par en par al acercar mi rostro, meció sus hojas a mi contacto y escondió las espinas para no permitirse herirme.
    Consintió mi presencia, adoró mi compañía y me conquistó de inmediato. Yo la acerqué a mis labios y me besó por completo.
    Es la rosa roja primorosa y espléndida que solo pudo emerger en la primavera de este lugar bendecido. También hizo lo propio en el otoño de mi vida.
    Orgullosa, preciosa, divina, dispuesta a mantener su magnífico color y su excitante perfume aún que pasen las estaciones, muy a pesar de los años y de las vendimias.
    Yo amo inmensamente a esa rosa, adoro hasta el infinito su color y su dulce tacto, me embriaga su aroma y me desviste su presencia, me emboba su hermosura. Me pasaré las horas muertas observando detenidamente su conjunto.
    He sido capaz de venir a buscarla y no me iré sin ella. Buscaré el mejor acomodo para su disfrute, el mejor jardín para su esplendor, indagaré para encontrar el mejor de los lugares en el que podrá recibir la luz del sol y el aire más puro y delicado.
    Esa rosa roja me acompañará a mi regreso para abrazar la vida de continuo, para estallar a diario en su fragancia y en el cumplir de sus colores únicos para crear un vínculo de amor irrompible, inimaginable.
    Esa roja roja adornará y cumplimentará mi jardín y no necesitaré ya de más flores, pues todas ellas palidecerían de rencor ante su maravillosa presencia.


                                                                    copyright © faustino cuadrado