miércoles, 11 de noviembre de 2015

(Un inquietante relato en 3 actos)

EL TRAZO FINAL 

          “En la posibilidad del recuerdo es cuando comprobamos
            lo lúcida que es nuestra mente”.

                                                    FAUSTINO CUADRADO






"TERCER Y ÚLTIMO ACTO" ...


...El mejor recuerdo al que puedo remontarme con una cierta lucidez, data del día aquel en el que no fui a trabajar por un golpe de gripe con el que me acosté la noche anterior. En esa crucial velada, era tal el dolor que sentía en mis articulaciones que decidí no acudir a la oficina al día siguiente. Buscaba evitar males mayores para mí y para mis compañeros.
    Silvia y Marta, por el contrario, madrugaron como lo hacían cualquier otro día y juntas se marcharon en el coche familiar, dispuestas a afrontar sus particulares quehaceres, ignorantes del infausto destino que a todos nos aguardaba.
   Yo, desconocedor como ellas de tantos hechos como iban a ocurrir, no fui consciente de su postrera partida, ni de que nunca más volvería a disfrutar con su regreso.
    Cambio incómodo la postura en el sillón y Max, infiel a su costumbre, parece apiadarse de mi nostalgia. Cuando regresa de su micción, pasa cerca del sillón en el que me encuentro y frota insistente su hocico en mi mano, gruñendo al vacío, buscando quizás una caricia o ese contacto que nunca se habrá de producir. Yo me limito a visualizar al animal a través de la nebulosa que me embarga y dejo de pensar en él, rememoro de nuevo esos otros momentos de los que apenas recuerdo nada.
    La luz de la bombilla vuelve a ausentarse por un instante. Creo reconocer en ello el penúltimo aviso de su inevitable ocaso.
  Cuando al cabo del rato reaparece la luz con inusitada fuerza, yo aún no lo he hecho, permanezco de pie frente a la ventana de la habitación de mi hija Marta, observando la claridad mortecina que viene desde tan lejos y que llega hasta mí en oleadas.   Tengo que retirar mis ojos doloridos de la cercanía del cristal.
   Recuerdo que ese día fatídico, nada más levantarme, un fuerte destello se me vino encima y que al volver la cabeza para evitar el daño que la intensidad del brillo me producía, el cristal de la ventana me estalló en la espalda y en la nuca, lanzándome con violencia al suelo, entre astillas y trozos de ladrillo arrancados de la pared, de la manera como son arrancados los pétalos de una rosa por las manos de un niño.
   En un amasijo de vidrios y maderas, de yeso y metal, quedó transformada la habitación. Todo lo que había tenido un cierto orden apenas un par de segundos antes, desapareció como por arte de magia ante mi vista. Fue como si de repente me encontrase en otro lugar diferente al que realmente me hallaba, que me hubiese situado en el interior de una viñeta de un cómic de Marvel, participando de una de las violentas escenas que tan bien trasladan al papel.
   Me observo las manos y compruebo un temblor que antes no existía.
   Tanto tiempo llevo madurando y aceptando el hecho de que esa es la única opción inteligente, y ahora, llegado el momento de la verdad, comienzo a cuestionarme el acierto de esa decisión asumida.
   Llevo tantos días sin escuchar un solo ruido en la casa que el simple roce del viento tóxico en la ventana llega a sobresaltarme. Es seguro que ahí afuera nada se mueve, que no queda resto de vida alguna.
   La luz y la onda expansiva que la ayudó a viajar, habrían terminado seguramente con cualquier esqueje de vida animal o vegetal. Yo estaba en condiciones de jugarme todo mi dinero, si es que eso tuviera algún valor a esas alturas, a que detrás de todo aquel desastre se encontraba la mano del hombre, del siempre necio y maldito ser humano.
  ¿Por qué no salir al exterior y comprobar cuán ciertas resultarían ser mis sospechas? Mis temores eran más fuertes que mi curiosidad; mi soledad, más poderosa que mi imprudencia.
  Si Max entiende que la situación es la que es, y considera asimismo que habremos de permanecer quietos y expectantes ante lo incierto de nuestra situación, yo estoy dispuesto a asumirlo de la misma manera.
   ―¿Quién sabe, Max? es posible que ahí fuera todo esté perdido, y que aquí dentro, estemos aún relativamente seguros ―A Max le babea el belfo y mantiene la lengua afuera para refrigerar su cuerpo―. Pero has de entender que ya no nos queda comida ―continúo impasible―. El agua embotellada y la energía se agotarán en las próximas horas. Deberíamos intentar hacer algo, o al menos, pensar en hacerlo, aunque estoy tan cansado...
He debido quedarme traspuesto en el sillón. Cuando he abierto los ojos, la luz que debía emanar del filamento metálico de la bombilla, ya no lo hace. Me encuentro sumido en la más completa oscuridad y estoy del todo punto aterrado, tanto, que el corazón me palpita desbocado.
―Qué curiosa es la vida ―me digo―. Jamás me he parado a pensar en la soledad del hombre que vive solo, en la de aquel otro que a pesar de estar rodeado de amigos y de familia, lo está aún mucho más que el primero.
Mi mujer y mi hija ya no viven ni padecen conmigo. A pesar de todo el horror y el dolor que me debe suponer esa certeza, me hallo ahora por el contrario, sereno y tranquilo, entregado una vez más y por entero a la adversidad.
No hay nada ya que me motive, porque el ser humano entregó decididamente la cuchara, y hemos de ser sinceros y comprender que nuestro tiempo ya pasó, que ahora llega una etapa con distinto contenido y diferentes protagonistas ―¿No lo crees así, Max? ― le señalo.
A Max no puedo verle debido a la oscuridad reinante, pero sí que puedo escucharle a la perfección. Percibo su presencia a mi lado, rondándome. El sensible animal que antaño fuimos nosotros, retiene aún en su interior los instintos que un día disfrutamos.
Noto su hedor cada vez más cercano y el jadeo que precede siempre a un acto posterior de violencia. Una amenaza implícita que al final se convertirá en realidad, porque un animal, cuando está contra la pared por causas ajenas a él, termina regresando a sus orígenes. Y Max, ahora está en plena regresión.
Pensándolo detenidamente, quiero creer que ésta será la mejor de las soluciones. Los seres humanos, entre los que yo todavía me encuentro, hemos tenido el tiempo en nuestras manos y lo hemos dejado escapar por entre los dedos. Todo lo que hemos tocado, lo hemos destruido. Todo lo que amamos terminamos descuidándolo hasta que perece. Es nuestro sino.
Llega el momento idóneo de degustar una nueva melodía, de practicar unos delicados pasos de coreografía diferente a todo lo anterior.
Yo creo que Max conoce este detalle al igual que yo, y por eso me ayuda con esa indiferencia que le caracteriza a despojarme de mis zapatos de baile. Sin decirlo, sé que me está invitando a tumbarme en el suelo y a apoyar suavemente la cabeza en la madera. Me anima a relajarme y a descansar por fin el espíritu.
Siento como a través de un primer mordisco en el cuello, se me va la vida. Luego, se produce un segundo que debe resultar definitivo.





El trazo negro que coloqué en la pared esta mañana, se ha convertido en el que cerraba el cómputo, en el trazo final que verdaderamente tanto he perseguido.


                                                            
                                                fin del tercer y último acto
                                             COPYRIGHT@ faustino cuadrado


lunes, 9 de noviembre de 2015



(Un inquietante relato en 3 actos)

EL TRAZO FINAL 

            “No hay miedo más grande que el que se siente 
              cuando no se siente nada”


                         A la primera persona (ALEJANDRO SANZ)
                


                                 











"SEGUNDO ACTO" ...




... Me viene a la cabeza un fugaz pensamiento de libertad y me digo que no es momento de asomarme a la ventana y aspirar a ella. Hay que esperar un poco más. No debo correr ningún riesgo cuando vaya a intentarlo. Sé muy bien que es imposible retirar ahora el sello hermético que puse y también soy consciente, de que restan para estar seguro algunos trazos que incorporar a la pared
     ― Es tanta la impaciencia que me consume.
Nada arreglo no obstante, si caigo presa de la ansiedad. Debo dejar de pensar en ello de manera inmediata.
    ―Un día más, un día menos―es el mantra en el que me zambullo cuando la debilidad y la duda me visitan.
   Pero con cada nuevo amanecer en la casa me resulta mucho más difícil lograrlo. Descubro con horror cómo menguan las fuerzas y se diluyen implacables.
    Sé que esa sensación es similar a la odisea que padece el ciclista que sube la montaña a lomos de su bicicleta. En las últimas rampas del escarpado ascenso, detecta cómo le acomete el cansancio y el ácido láctico a su cuerpo. Nota que algo le impide regular la respiración y mover las piernas. Ya no podrá disfrutar de la llegada al alto. La vista del ciclista se nubla entonces y procede de inmediato a la renuncia al esfuerzo. La cumbre parece alejarse de él con cada pedalada.
     Así pues, no le queda otro remedio que echar pie a tierra, rindiéndose ante la evidencia y la imposibilidad de sobrevivir a la interminable subida.
   Mi piruvato, a diferencia del que posee el deportista, se halla controlado y en las dosis adecuadas. Pero yo no necesito realizar ese tipo de esfuerzo para tener la misma sensación que él; en lo referente a mi ánimo y a mis esperanzas las veo desfallecer con cada minuto transcurrido, evaporarse de la misma manera como lo hacen las energías del ciclista.
  Mi cabeza es un torbellino de emociones. Puedo pasarme las horas muertas recordando los buenos tiempos, las risas y el desenfado con el que afrontaba antiguas etapas de mi vida. También, los retazos de mi pasado que deseo olvidar. Asumo entonces: “lo comido por lo servido, nada que ganar.”
   Y al pasar de una evocación a otra, Max arruga su hocico y mueve con pesadez su poderosa osamenta. Detecto en ese movimiento algo maligno, infernal diría yo. Logra meterme el miedo en el cuerpo.
   Me pregunto por mi mujer y mi hija. Intento adivinar si ellas están pensando en mi en este preciso instante o si por el contrario, ninguna de las dos puede pensar ya en nada. Porque cuando uno se encuentra físicamente muerto, no puede fijar su mente en ningún recuerdo, ni recuperar imagen alguna. Si se está muerto no se está ya capacitado para sentir absolutamente nada
  ―Qué obviedad parece esta reflexión que me acomete.
  No puedo asegurar nada al respecto. Tampoco puedo obtener respuesta de alguien que me pueda sacar de dudas. Mi mujer, mi hija. Hace tanto tiempo ya de ese último contacto...
  De las cinco habitaciones de la casa solo puedo permitirme el acceso a cuatro de ellas. La quinta ha quedado inutilizada por el impacto de una inmensa roca que le cayó encima. Vivir en la ladera de una montaña y haber padecido el demencial siniestro que se produjo, tiene eso. La capa de polvo y el aire enrarecido y contaminado que entran por el hueco perpetrado por la piedra, habrían consumido mi vida de haberlo intentado. La cinta aislante resultó providencial.
    Para borrar de mi mente los malos augurios, decido levantarme de la butaca e ir a por unos cubitos de hielo.
   ―El whisky caliente acaba siempre por producirme náuseas y malos “rollos”.
   Cuando apoyo mis manos en los brazos del sillón e intento levantar mi cuerpo, la luz de la bombilla comienza a parpadear. Incrementa por un momento su brillo y luego lo mitiga, sin saber al parecer a qué atenerse.
  ―Ahora me apago, ahora me enciendo ―manifiesto en voz alta―. Parece juguetear conmigo y con mis nervios. La muy canalla.
   Acaba finalmente por asegurar la incandescencia del filamento y mantenerse encendida, mas el detalle vivido me recuerda la extrema situación en la que se halla el generador. Se le está agotando el combustible y he vaciado la última garrafa de queroseno que restaba en el anterior abastecimiento
 ―¿Qué cantidad puede quedarle al depósito entonces? ¿Para una hora de consumo? ¿Para media? ―me acucia la respuesta que no puedo brindarme.
   Max sigue atentamente mis movimientos, con su cada vez más siniestra mirada. A pesar de haberme levantado me convenzo de que ya no me apetece beber más whisky. Por eso me dejo caer de nuevo en el sillón, apoyando la cabeza en el respaldo.
    ―¿Cómo hemos llegado a esta situación? Nunca he sabido la verdadera razón, y lo peor de todo esto, es que no creo que vaya a conocerla nunca ―. Me restan a estas alturas demasiadas incógnitas por resolver.
    Un fuerte olor a orina y excrementos inunda el aire. Me obligaré a reforzar la cinta aislante que he aplicado a las juntas de la puerta del baño. La única misión que persigue el revestimiento ―aunque al parecer resulta imposible su logro― es impedir que se muestren las rendijas por las que se cuelan las inevitables pestilencias.
   El cuarto de baño ―que antaño cumplía una función higiénica y sanitaria como cualquier otro― ha perdido por completo su cometido. No hay agua corriente. Tampoco puedo abrir la ventana al exterior. A estas alturas, da lo mismo que haya taza o desagües entre sus cuatro paredes. El agua hace tiempo que dejó de fluir por los grifos y los detritos y las heces lo desbordan todo.

   Max y yo compartíamos soledad y podredumbre, una existencia miserable. Aunque todo apunta a que lo habremos de soportar ya por poco tiempo...

                                                                  fin del segundo acto

                                                   COPYRIGHT@ faustino cuadrado

domingo, 8 de noviembre de 2015



(Un inquietante relato en 3 actos)

EL TRAZO FINAL 


                 El que pone demasiado de su vida en su literatura, con


             frecuencia pone demasiado de su literatura en su vida”



                                                     
                                                                                                                                                                               JEAN ROSTAND













"PRIMER ACTO" ...





    Bajo la luna, se acabará el dolor que durante tanto tiempo me acompaña.
     Al observar con atención la pared que encuentro a mi izquierda, me invade la certeza de que he cometido algún tipo de equivocación en el cómputo total de rayas negras.
    Las líneas trazadas por mi mano van agrupadas de cinco en cinco. El último trazo lo hago aparecer cruzado sobre los cuatro restantes. Así, considerados todos en su conjunto, conforman un calendario que me informa del paso inexorable del tiempo.
   Ese contador final acabará por confirmarme otro tipo de sospecha: que esas marcas de tinta significan para mí en realidad el único hilo que mantiene sujeta mi mente a la cordura.
     Repaso de nuevo la contabilización. Me descubro haciéndolo una y otra vez en esta mañana de invierno y compruebo que no hay equivocación posible. El resultado es siempre el mismo y por mucho que me mese los cabellos por la desesperación, no voy a lograr que éste varíe.
      Me resulta inaudito que la cifra total sea tan elevada, que yo aún siga allí y sin ningún daño. Pero tienen que ser ciertos los datos. Me he ocupado en realizar con cada amanecer la correspondiente marca. Es una acción que realizo al despertar, con el único objetivo de generar el hábito necesario y que nunca se me olvide hacerlo. Bien es verdad, que primero lo hago y luego lo relego hasta el día siguiente.
    Recuperado de la conmoción que me supone reconocer la verdad, debo afrontar con entereza el transcurso de una nueva jornada. A estas tareas tan elementales queda reducida la liturgia de cada uno de mis días: anotar en el muro el trazo de tiempo y sobrevivirlo después, con la voluntad empeñada por entero en elevar el cómputo.
      El tiempo. Nunca le he considerado un bien escaso, algo a lo que prestarle un poco de atención. Prescindí, sin más, de tomarlo en consideración, y nunca le otorgué la mayor importancia. Ahora, sin embargo, en estos momentos tan difíciles por los que atravieso, descubro en él unas connotaciones que jamás le supuse; provoca en mí una reflexión obligada.
     Queda claro entonces que solo en estos instantes soy consciente de la imprudencia cometida por tanto derroche, por lo ridículo que resulta ahora en mi caso pensar en el futuro, en la mentira en la que vive, porque ¿quién asegura la realidad de la eternidad de las cosas? Por eso es tan importante saber hasta dónde podré llegar y si no me fallarán las fuerzas antes de conseguirlo.
   Concluyo con ello, que no hay margen para la equivocación, decido también que con cada nueva muesca en la pared, sumo un triunfo en mi haber al estar un poco más cerca de la salvación.
  Destierro al olvido las cifras y las operaciones aritméticas realizadas.
   El embobamiento que viste la cara de Max acapara en este momento mi atención. Ese rottweiler de pelaje negro, empeñado siempre en no querer hacerme compañía, ha bostezado.
     El huraño y sombrío animal se pasa las horas muertas tumbado en el que siempre fue su rincón favorito. Su cuerpo de titán ocupa demasiado espacio, tanto, que a veces tropiezo con él sin poderlo evitar. En esos instantes siento cómo me clava las pupilas en la nuca y levanta el belfo. A Max no le he considerado nunca el mejor amigo del hombre.
   ―Eh, Max ¿Crees que algún día podremos llegar tú y yo a ser amigos?
    Max no hace nada que pueda interpretar como una respuesta a mi pregunta. Eso sí, fija en mí esa mirada que cada día me incomoda más.
    El rincón más alejado del salón. Es allí dónde suele malgastar su existencia. Únicamente abandona ese refugio cuando tiene que evacuar o le entra hambre. Cuando esto último ocurre hace tiempo que no le alimento con un régimen regular de comidas― levanta la cabeza y ladra, una sola vez, de manera grave, decididamente aterradora. Luego me mira, con esa fijeza animal que no permite adivinar nunca lo que pueda estar sintiendo, esperando impaciente que vacíe en el bol la bolsa de comida empaquetada. Ese recipiente arañado fue en su día un regalo de mi hija Marta. Hará de ello al menos diez primaveras.
    ―Dios mío, ¿tanto ha pasado ya?―El tiempo, otra vez el maldito tiempo. Pensar que, al encontrarlo abandonado cuando era un cachorro en la carretera de circunvalación de Madrid, me interesaban tantas cosas en esa etapa de mi vida y acaparaban mi atención tantos otros asuntos. Y ahora, sin embargo, me avergüenza pensar que es para mí importante recordar cuándo le regaló mi hija el comedero al perro y no otras cosas que sin duda serían de mucho más calado en estas circunstancias.
     Bebo un sorbo del vaso que tengo en la mano. Nada más sentir el líquido en mis labios siento un profundo asco y lo escupo al suelo. El whisky está aguachinado y demasiado tibio para mi gusto.
     Comparando ambos detalles, llego a la conclusión de que ya no tengo interés por el perro y sí por la temperatura de mi whisky. El hielo se ha diluido en el transcurso de la última hora y no he reparado en ello. Ya fuera por el calor de mi mano, ya fuera por mi propia dejadez, el caso es que he estropeado el whisky y tal contingencia me ha puesto de mala leche.
    Pero como ocurre cuando la espera ha podido ya con uno, cuando las cosas ante tu vista van perdiendo su trascendencia, acabo por decidir que ahora eso, poco o nada importa...

                                                                         fin del primer acto

                                                   COPYRIGHT@ faustino cuadrado




sábado, 3 de octubre de 2015


ENTREVISTA EN RADIO UTOPÍA, el día 30 de Septiembre de 2015

Hablé sobre mi producción literaria y en especial, sobre la publicación de mi tercer libro
EL REINO DE AKABA






http://www.facebook.com/l.php?u=http%3A%2F%2Fm.ivoox.com%2Fal-norte-letras-30-septiembre-audios-mp3_rf_8711511_1.html&h=7AQEdP8-r





domingo, 27 de septiembre de 2015

EL REINO DE AKABA










          BOOKTRAILER  de mi libro:


 EL REINO DE AKABA 






    Booktrailer de mi tercer libro publicado:
  
https://www.youtube.com/watch?v=fneYqvqolb0




sábado, 22 de agosto de 2015


"Es difícil poder salir adelante en el mundo del Valhalla.
Necesitas para lograrlo, una buena dosis de valor y que los dioses
yerren el tiro..."

                                         



          Fragmento del libro

     "EL REINO DE AKABA"





La noche, finalmente, se nos había echado encima y no habíamos alcanzado la cumbre. Los pocos rayos que superaban ya las altas cimas daban paso inmisericorde a las negras sombras que comenzaban a apoderarse sin remisión, de los árboles y de la montaña. Resultaba harto difícil ya poder observarnos el rostro, y sobre todo, y lo más peligroso, ver por dónde caminábamos.

Al divisar una de las últimas peñas que quedaban entre nosotros y la cercana cumbre, se me heló la sangre por completo. No había lugar a dudas de que nos encontrábamos frente a frente con un rinak. Envuelto en una amalgama de harapos repletos de costras de mugre y sin poder confirmar con certeza, la ubicación real de sus ojos, asomaba éste su espantosa cabeza por encima de las piedras, husmeando el aire como una alimaña, buscando cualquier vibración que delatara la presencia de un ser humano que hubiera osado adentrarse en sus dominios. Parecía sin embargo, por suerte para nosotros, no habernos localizado aún.

A éste primero le acompañó de inmediato un segundo rinak en la pétrea atalaya. Y al lado de este segundo, unos cuantos harapos más, ondeantes al viento del anochecer, se dejaron ver por los resbaladizos peñascos. 

Desde luego, nos encontrábamos en un buen apuro.


Freya apretaba con firmeza mi mano, señalándome cada una de las criaturas fantasmales que asomaba, cada nueva figura oscura y repugnante. Llegamos a contar alrededor de veinte rinaks en un instante, repartidos entre las diferentes veredas por las que debíamos necesariamente transitar.

miércoles, 29 de julio de 2015


(portada del libro EL REINO DE AKABA , 2015)


NUEVO LIBRO

Primero fue la publicación de EL ÚLTIMO HOGAR QUE NOS QUEDA (2013)

A continuación, apareció editado el segundo libro LOS AMANTES INFINITOS (2014)

Ahora llega la aparición del tercer libro de mi creación 
EL REINO DE AKABA


Ya es una realidad.
EL REINO DE AKABA,  lleno de aventuras fantásticas y acción sin tregua se encuentra ya a la venta y disponible en la web de la EDITORIAL AMARANTE.


Asimismo, en los próximos días también se podrá adquirir en la red de librerías amigas de la editorial y en la librería física, ESPACIO AMARANTE, calle Meléndez Valdés, 52 (metro de Argüelles) en Madrid.

Queda pendiente la confirmación de la fecha para la presentación oficial del libro en el mes de Septiembre o principios de Octubre en Madrid.





sábado, 11 de julio de 2015







Fragmento del libro

EL REINO DE       AKABA




—En estas tierras tan áridas ―aseguran quienes saben mucho de esto― se halla la entrada al Reino de Helheim. Este reino pertenece al mundo de los muertos, como tú ya sabes, y aquí, a diferencia del Valhalla, dónde descansan la mitad de nuestros guerreros y nuestros héroes más aclamados, moran y vagan por contra y para siempre, aquellos seres fallecidos e inermes sin ningún acto heroico en su haber, sin posibilidad de disfrute alguno de los placeres inherentes al Valhalla. No debemos detenernos aquí más tiempo que el imprescindible. Deberemos llegar al mar con la máxima rapidez posible y abandonar de inmediato este peligroso lugar. Dejaremos pues el campamento tal y como está y en cuanto acabemos la comida reemprenderemos sin dilación la marcha.
Fue decir esto y otro profundo cosquilleo me recorrió la espalda. Freya, al momento, señaló con su dedo al frente mientras su rostro endurecía el gesto. Al hacer visera con mi mano e impedir que me atravesaran los ojos los últimos rayos de sol vivos, logré percibir a lo lejos y aprovechando el contraste que me brindaban las últimas luces del ocaso, un grupo de siluetas que se movían en dirección nuestra, figuras que simulaban el caminar de los hombres pero que realmente no parecían serlo. Las aún sombras se desplazaban unas veces erguidas y otras se echaban al suelo, caminando a cuatro patas como si de animales se tratara. Se iban dando empeñones y manotazos los unos a los otros y desde luego, más pronto que tarde repararían en nuestra presencia. Ahogamos de inmediato la hoguera con paletadas de tierra, aunque no confiábamos del todo en que lo hubiéramos hecho a tiempo.

                                                                                     copyright © faustino cuadrado

viernes, 26 de junio de 2015

prólogo de LOS AMANTES INFINITOS




     
      MARÍA ANGÉLICA LINARES 
   (periodista y comunicadora social)



              Autora del PRÓLOGO de mi libro:

                LOS AMANTES INFINITOS






   Es un inmenso placer, y un gran honor, haber contado con esta gran periodista y compañera sentimental en mi vida, como prologuista de mi libro. 

 Le agradezco con el corazón, este detalle que tanto amor y satisfacción me ha provocado. Un prólogo que ha sido creado con el corazón y a través de sus grandes dotes de escritora.

 Gracias por este precioso texto.



PRÓLOGO de María Angélica Linares. Comunicadora Social, Periodista y Locutora

EL LIRISMO DE UN ESCRITOR

Se dice que los primeros síntomas de un escritor, se expresan a través de un transitar por la sombra del color y de la vida. Es como que existe un empuje dado por la soledad y el aislamiento.
Así se diagnostica, desde siempre, la propensión a esa necesidad de expresarse por escrito.
¿Existirá certeza en esto que digo? Ninguno puede determinarlo de modo decisivo.
Entiendo que el camino secreto y ansioso del que quiere decir a través de las letras, es otro de los grandes enigmas del universo. Faustino Cuadrado eligió el más difícil vehículo de expresión.
Posiblemente, como lo pensaron tantos grandes escritores, la realización en otros territorios termina en un apretado círculo que estoy segura , en este caso, se expandirá como sucede con las circunferencias concéntricas que provoca una piedra arrojada a las aguas tranquilas de un estanque.
Faustino Cuadrado Valero se produce como audaz, vibrante y decidido, mostrando una progresiva expansión de la vida y del arte. Entre una y otra queda el enérgico latido de un corazón transgresor. Anula lo estructurado para dejar que su espíritu se desnude y que la materia ardiente y estimulada de su mente, indague, explore, abra nuevas rutas posibles para los confusos anhelos que nos acompañan desde el nacimiento hasta la muerte.
Me impresiona el tenaz trabajo que realiza este creador en las páginas de su libro “LOS AMANTES INFINITOS ". Plasmados están todos aquellos temas existenciales que conmueven al ser humano desde siempre. Tiene un fuego interior que no cesa, una pasión que arremete y desafía, con un canto que rompe la contingencia y los límites.
No se puede discutir la autonomía de este escritor, donde se hace notable su entrega, su compromiso conmovedor con el lector.
Desde su " hábitat " diario, tiene sus ojos y su corazón abierto a horizontes generosos, a cielos inmensos, conoce los ritmos de la naturaleza y las voces del alma humana, los vericuetos tantas veces no cristalinos por donde transitan, los mensajes secretos de todo lo que desean decir los personajes en total libertad.
Considero que al igual que hace toda ola, trata de llegar recorriendo un camino de espuma ¿ De pronto se enerva, se aquieta ? NO... solo baja hasta el fondo del mar para reaparecer después con lo que encontró sepultado en la arena. Faustino ola, Faustino espuma, con seguridad altamente lograda, va buceando en los oscuros silencios de las almas para tornar encrespado a la playa con "LOS AMANTES INFINITOS” , una novela y una obra para brillar más allá de las críticas literarias.
Ayer, " EL ÚLTIMO HOGAR QUE NOS QUEDA " ya es pasado en el mar de los libros. La ola regresa pero nunca vuelve.
Faustino Cuadrado Valero , escritor virtuoso, no mira hacia atrás.






                                                                                           Copyright ©  faustino cuadrado

martes, 19 de mayo de 2015

OIER Y EL LORO DE LAS ALAS DE COLOR VERDE






                                      Cuento Solidario



             "OIER Y EL LORO DE LAS PLUMAS
                          DE COLOR VERDE"



       Un cuento solidario para ayudar a paliar la enfermedad infantil "Sanfilippo". Comprarlo es ayudar a la causa, pues su recaudación va a parar en su totalidad a la entidad STOP SANFILIPPO, que engloba a todo los niños de España que padecen esta terrible enfermedad

Veamos un pequeño fragmento del cuento:



    "Oier disfrutaba también de las nubes blancas y algodonosas que bailaban danzas imposibles sobre su cabeza, cuando de repente observó cómo se posaba cerca de él un loro de color verde que le guiñó uno de sus ojos.
Oier sonrió al recién llegado, pues le encantó su hermoso porte desde el primer momento. Además de ser un ave muy simpática, tenía unas plumas de un color tan verde como las praderas y los montes que rodean la espléndida comarca de Tolosaldea..."



domingo, 8 de marzo de 2015







"La muerte en 

 Venecia"

 
      autor: Thomas Mann








Reseña Literaria


 
             En “La muerte en Venecia”, Thomas Mann nos acerca hasta casi poder tocarlos, a unos personajes cercanos, íntimos y relevantes para el lector, dónde giran alrededor uno del otro, un personaje principal y otro secundario. Entre ambos, se tejerá la trama sensual e introspectiva que Mann nos propone, y a través de ellos dos, nos conducirán al desenlace previsto por el autor.

         Del resto de personajes apenas se tienen noticias y resultarán inocuos para aquel lector que se acerque a la obra. Son meros figurantes que se encuentran en el extraradio de la trama principal y casi hasta de las secundarias.

         Ambos personajes resultan ser perfectamente creíbles y por completo convincentes, la actividad de uno y la pasividad del otro, fuertes literariamente y atractivos para el lector, de tal manera reconocibles que hasta fueron reales. Incidieron con rotundidad en la realidad de la vida del autor. Uno desde el más profundo interior de sí mismo y el otro, en los alrededores de su corazón apasionado.

     El personaje principal, Gustav von Aschenbach, representa al propio Thomas Mann en su viaje a Venecia realizado en 1912 y el efebo al que el autor/personaje aspira a convertir en su personal objeto de culto y en su icono supremo de belleza humana, no es otro que el barón Wladyslav Moes, noble polaco.

         Las connotaciones homosexuales del autor tienen cabida y desarrollo en este alegato tan emotivo del personaje principal, al que el autor le nutre de todo su mundo interior, pues hasta en la obra reseñada, el autor menciona como propias y propios del personaje principal, obras y personajes creados por él y escritas por su mano.

     El personaje Von Aschenbach tiene la suficiente fortaleza literaria como para mantener durante toda la obra, el convencimiento de que ostenta la misma emoción que mantuvo siempre el autor, respecto de la belleza perfecta, de su contemplación en el más puro éxtasis y de los efectos finales que ella produce siempre : 

 “la palabra solo puede celebrar la belleza, no reproducirla” , 
mantiene el autor en cierto momento.

    El personaje secundario de Tadziu, limita su aparición a ser admirado por el personaje principal como por el lector, sin una sola palabra, ausente el diálogo entre ambos personajes aunque el lector imagina en todo momento, estar presente en cada uno de los escenarios propuestos y se le permite paladear esa belleza superior que va in crescendo conforme avanza la narración.

       El declive del personaje principal es evidente. Allí acabará su historia, como acabó ya su esplendor como escritor célebre que fue. El lector asistirá cercano y consciente de la llegada inminente de ambos declives.

      “La muerte en Venecia”, muestra la ciudad de los canales en los años veinte, una ciudad vieja y decrépita que conoció el esplendor de sus edificios y de sus ciudadanos muchos siglos atrás. Los edificios se derrumban y su modelo de vida también. Sufren los prolegómenos de la inminente gran guerra que a todos afectará y de la ponzoña del cólera que tampoco respetará a nadie.

     Los trajes que visten a los personajes, las costumbres descritas, el color y la herrumbre de los edificios, los entornos tan conocidos de la Venecia eterna, son aquellos que el autor pudo observar por sus propios ojos en su viaje a la ciudad de los canales, en la segunda década del siglo XX.

       Todo resulta muy real en “La muerte en Venecia”, todo es perfectamente reconocible de la mano de Thomas Mann.

La narración es en todo momento formal, en dónde el lenguaje y el vocabulario empleado por Mann instruye de continuo al lector, logrando que éste aspire los perfumes sobre los que habla y que llegue a sentir las mismas emociones que debió percibir él, con cada amanecer en el hotel Lido de Venecia, o en sus viajes por los canales malolientes y pútridos de aquella ciudad en declive.

        El verbo y la palabra utilizada por el narrador, hace que aspiremos la atmósfera opresiva de los días nublados y plomizos en una ciudad costera sujeta a las inclemencias del siroco, de la calma chicha de las aguas retenidas y malolientes.

     “La muerte en Venecia” viene tratada desde el enfoque del narrador omnisciente, en una primera persona que el autor aprovecha no solo para hablarnos sobre el amor puro y superior o sobre la belleza suprema, Mann aprovecha de manera descarnada la decadencia de ésta y la observación que sobre ella se hace.

     El narrador instruye al lector, le dirige por los vericuetos anónimos de las calles mágicas y eternas de Venecia, a través de cada una de las emociones de las que el ser humano es capaz de sentir y provocar.

      Esa voz conocedora de todo, muestra de cerca al lector todo un catálogo de pasiones y sus consecuencias, los matices que cualquiera de los sentidos puede percibir a través de las palabras, a través de los olores que se hacen presentes con cada línea y con cada capítulo.

     Thomas Mann se aproxima tanto al interior de los personajes, a la trama que quiere mostrar, que el lector se siente capaz de observar hasta el más mínimo detalle, cualquier aspecto físico por nimio que sea.

        La emoción que se produce en la vida de los personajes, tiene reflejo en las páginas de esta obra tan atractiva a los ojos como al restos de los sentidos. 

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viernes, 30 de enero de 2015

RESEÑA LITERARIA

          
 

        
         Reseña Literaria
  
          
    Luna de lobos
  
                                       de Julio Llamazares






 
 
     Como han señalado ya con anterioridad algunas crónicas de la guerra civil española, ésta, en realidad, no finalizó el 1 de abril de 1939. Determinados grupos de combatientes republicanos no dieron la guerra por perdida y continuaron activos durante muchos años con posterioridad a esta fecha, peleando contra el régimen de Franco a su manera y con los escasos medios con los que contaban, sin más ayuda externa que la que les proporcionaban los familiares de estos, los cuales, a su vez, intentaban sobrevivir a toda costa a pesar de las persecuciones que también sufrieron. También hubo amigos y vecinos de estos que se jugaron la vida por ellos, tan derrotados por la guerra como lo habían sido ellos mismos.

        Julio Llamazares narra una dramática historia en “Luna de lobos” y la centra en las vivencias sufridas por uno de estos grupos de hombres, localizándola en una comarca minera de León (de la que él es oriundo y por lo tanto, gran conocedor de su orografía) pero que podría haberla ubicado perfectamente en otras muchas zonas del norte de España que vivieron historias parecidas. 
 
      “Luna de lobos” es una drama épico que adopta la forma de prosa poética, en dónde Julio Llamazares muestra la calidad de su rico repertorio de lenguaje descriptivo y de gran conocedor de las emociones humanas.

    Esta narrativa fácil y sencilla de Llamazares nos transporta en volandas por el texto y nos ameniza hasta su desenlace. El libro no es muy extenso, la bella palabra del autor lo convierte en un suspiro de lectura que con seguridad le sabrá a poco.


   Ángel es un combatiente republicano que se rebela contra el resultado final de la guerra, confiado aún en una ayuda exterior que apoye y provoque desde fuera, la caída del régimen golpista de Franco. Él, junto a otros miembros del ejército vencido, vecinos y amigos desde siempre, se echan al monte a continuar con la lucha. 
 
     En una narración que se formaliza en primera persona, la voz de uno de los miembros integrantes de uno de esos grupos de luchadores libertarios, nos acerca a todos aquellos que tuvieron un sueño imposible de concretar, desde el mismo principio de esa apuesta.

     Es la existencia de estos hombres la que se cuenta. El lector se traslada a la intemperie de la montaña en la que viven durante años, sufriendo las penalidades del invierno sin alimentos apenas y sin techo que les cobije, sufriendo la persecución de los vencedores de manera implacable y sin el más mínimo asomo de indulgencia.
 
      Ese acoso continuo hace que paulativamente esos hombres vayan perdiendo su humanidad, dando paso con el transcurso del tiempo a una existencia más parecida a la vivida por los animales salvajes.

   Así, Ramiro, otro de los personajes sometido a la tiranía de la soledad de los montes y al acoso de los guardias civiles, expresa en forma de metáfora, como cruel realidad y como si de lobos se tratase, todo lo que eso hombres fugitivos pueden esperar de sus perseguidores, lo que les aguardaría en esa existencia tan primaria:


   “Allí cazan los lobos todavía como los hombres primitivos: acorralándoles. Tocan un cuerno cuando le ven y todos, hombres, mujeres y niños, acuden a participar en la batida. (...) La estrategia consiste en acechar al lobo y empujarle poco a poco a un barranco en cuyo extremo está lo que llaman el chorco: una fosa profunda y oculta con ramas. Cuando el lobo, al fin, ha entrado en el barranco, los hombres comienzan a correr detrás de él dando gritos y agitando los palos y las mujeres y los niños salen de detrás de los árboles haciendo un gran estruendo con las latas. El lobo huye, asustado, hacia delante y cae en la trampa. Le cogen vivo y, durante varios días, le llevan por los pueblos para que la gente le insulte y le escupa antes de matarle."
 

       Ángel irá quedándose solo en la montaña y también en su ánimo. 
  
    Comenzará entonces una lucha interior en la que deberá decidir si quiere vivir o no, y como debería vivir entonces.

     Así reflexiona Ángel, personaje principal de esta novela tan emotiva y humana.


  “Juana tiene razón. No puedo permanecer eternamente aquí, tumbado como un muerto boca arriba, sin luz, sin esperanza, con la mirada y el corazón, siempre prendidos del vacío.”


    “Luna de lobos” es una obra de arte de la prosa poética. No en balde, Julio Llamazares es también un poeta insigne que conoce bien al ser humano y las circunstancias y complejidades que le rodean.

     Los personajes principales son enormes, son complejos y sinceros. Podríamos perfectamente identificarnos con ellos si nos hubiese tocado vivir sus vidas.

     “Luna de lobos” invita al lector a trasladarse a los montes y a los valles de un lugar muy concreto de la península, en dónde ocurrieron muchas cosas, en una etapa histórica de España de la que nadie debería olvidarse, para no tener que repetirla nunca.

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