lunes, 8 de febrero de 2016




LA LIBERTAD 
Fragmento de mi libro EL ÚLTIMO HOGAR QUE NOS QUEDA



Mi  padre y sus amigos decían y convencían al mismo tiempo, que la “LIBERTAD” tenía que estar escrita siempre con mayúsculas, porque con minúsculas se escriben las cosas que nunca quedan impresas en la retina personal, ni en la de otros ojos ajenos.
Que con minúsculas sólo se escriben las cosas que  merecen  poco tiempo de dedicación en la vida, porque ¡ésta resulta ser al final tan corta!.
Que con minúscula, se escriben los pensamientos, las obras y las razones que apuntan corto y que pierden importancia cuando éstas se alcanzan.
En fin, que con minúsculas se escriben aquellas experiencias que la vida se encarga de repartirnos de igual manera a todos, porque no tienen en su interior nada de especial, porque se usan para poder llenar así con ellas los grandes huecos dejados por las únicas sensaciones realmente importantes que nos hubieran abandonado.
Sin embargo, la libertad, bendita palabra, tendría que escribirse siempre con mayúsculas porque huele y se saborea despacio, porque tiene un suave tacto y se adivina en el rostro de las personas que la disfrutan, porque se intuye, porque se desea y venera.
La libertad se gana y se pierde. Se pierde entonces y por ello se aleja de ti. Y te la encuentras de nuevo y no la haces caso, y entonces se vuelve a marchar y la pierdes la pista.
Mi padre y sus amigos decían qué, con minúsculas, se viven las cosas materiales que a nada conducen, las que no aportan alegría ni desenfado, también los “dimes y diretes” inocuos, aquellos que provocan indiferencia o  generan una frialdad absoluta.
Versos, canciones, y las normas. Nada como transcender al interior de cada ser humano para escribir con mayúsculas esta palabra. Cuántos sinónimos encuentro, cuántas verdades individuales entraña, el sufrimiento, el goce, la vida y la muerte....
Mi padre y sus amigos dijeron y convencieron y también abandonaron todo lo que tenían por escribir con mayúsculas esta palabra. Y ese fue su gran premio, o su tremendo castigo a decir de otros. Y ese fue su premio o su castigo porque no pudieron decir ni convencer a nadie más. No pudieron llenar con ello ningún otro gran  vacío,  ni percibieron  sensaciones nuevas, poderosas e importantes, ni supieron escribir ninguna otra palabra con mayúsculas porque  no lo merecían.
Hay quién piensa que con mayúsculas sólo puede escribirse una palabra al inicio de la frase o después del punto y aparte, los nombres propios o las provincias, las calles y los remites de correo. Eso forma parte de la gramática oficial, pero esos eruditos conservadores están ciegos o terriblemente desinformados, o acaso les falta el alma y el sentimiento. Están muy confundidos todos aquellos que así piensan.
A veces me dicen que las faltas de ortografía que cometo, al dibujar esa palabra con mayúsculas en el blanco papel o en el “oído” de las personas, me puede generar problemas.

No se puede ir escribiéndola así en el momento que a ti te parezca, ni en cualquier lugar que tú decidas, ni así como así, ¿es que no te das cuenta de ello?.
                                               
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